Teté Marella
Una mezcla improbable: argentina y dominicana. Teté Marella vivió en nuestro país el tiempo suficiente -más de 40 años- para sentirlo propio, sin jamás perder su acento e incorporando vocablos que le identificaban plenamente con el Caribe que tantos colores prestó a su paleta.
Teté murió ayer, en su Argentina, a donde regresó ya hace varios años“ porque aquí me quedé sola”, explicaba en una entrevista.
Pintora de mujeres gordas y pies pequeños, era una artista a tiempo completo. Había llegado a Santo Domingo como publicista y pasó unos años entre la docencia y la publicidad. Después, entendió que la pintura necesitaba todo su tiempo y que ella quería todo el tiempo para la pintura.
Gran lectora, divertida contertulia, amante del día y de la noche. Artista que vivía de su arte y que pronto despegó en un mercado que acogió con entusiasmo su propuesta. Su obra es redonda, brillante, contundente. Feliz.
En aquellos años 90 Teté pintaba durante horas frente a un gran ventanal que se asomaba a una de esas hondonadas de Arroyo Hondo de exuberante vegetación . Sus exposiciones, frecuentes, eran muy bien acogidas y llegó pronto y bien al mercado internacional y cuelgan hoy en Puerto Rico, Colombia, Honduras, Corea...
Le gustaba vivir el presente y entender el pasado. Recordaba a un abuelo navarro, que tenía (o quizá era una historia para entretener a la nieta) un bastón que escondía un estilete. Fascinada por el invento, lo incorporó a sus pinturas en una de sus series. Sus gordas ahora parecían hadas con varita mágica.
Se decía privilegiada por tener dos patrias. (Y que una fuera Argentina, nada menos...)