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Danilo Medina: lecciones de cobardía

Danilo Medina empieza a vivir así lo que quiso esquivar con sus dos intentos de reelección: uno consumado y otro fallido. Sorteó como trapecista este momento. Sabía que los excesos de sus extravíos eran tan obscenos que no podían cubrirse, por eso buscaba con apuro el salvoconducto que nunca halló.

Con voz apagada, trémula y quebrada, el hombre por fin habló. Su intervención en la rueda de prensa del decaído Comité Político fue parca. La única pregunta ya estaba pautada y la respondió para evitarse el ahogo. No podía obviar la mención personal de sus hermanos, cuando apenas eran dos entre diez investigados. Su semblante era un pálido lienzo de distintos tonos emotivos: abatimiento, turbación y encono.

Quiso dar la apariencia de que no guardaba ansiedades, pero lo traicionó la sangre y habló la soberbia de los Medina Sánchez: “Quiero expresar mi indignación por la forma abusiva que fueron tratados los compañeros detenidos. Entre ellos mis dos hermanos. Creo que es la primera vez que estamos frente al uso del poder del Estado para usarlo (sic) de manera desconsiderada, atropellante y abusiva y eso es típico de cobardes”.

Danilo Medina empieza a vivir así lo que quiso esquivar con sus dos intentos de reelección: uno consumado y otro fallido. Sorteó como trapecista este momento. Sabía que los excesos de sus extravíos eran tan obscenos que no podían cubrirse, por eso buscaba con apuro el salvoconducto que nunca halló. Ahora entra al umbral de un oscuro trecho. Es posible que al final salga ileso, pero no evitará el trance. Lo que le depara el futuro no es nada deseable de darse la imperativa ruptura a una tradición política de viejas indulgencias, sobre todo frente a una sociedad celosa y vigilante que no transigirá con arreglos ni componendas. La nación aguardará pacientemente por mejores momentos y no se conformará hasta que el expediente de Odebrecht alcance a todos los que faltan, entre ellos al expresidente Medina, cabeza responsable.

Si Odebrecht 2.0 se diluye en amagos o conatos, el Gobierno encontrará la mejor manera de destrozar los lazos de confianza con un país expectante. Esta sociedad no quiere prisas, improvisaciones ni apremios políticos, pero tampoco excusas, oportunismos ni destemples. Esperará lo razonablemente necesario para ver y tener una acusación robusta, inclusiva y consistente; sin márgenes para maniobras interpretativas, dudas conclusivas ni pretextos argumentales o defensivos. La suerte de este caso pone en juego las últimas reservas de confianza en un sistema agotado. En su trama Danilo Medina es pieza central.

Medina habla de lo que más sabe: cobardía. Este hombre duró casi los dos primeros años de su segundo mandato toreando como novillero cualquier mención a Punta Catalina; el nombre Joao Santana más que tabú fue un maleficio innombrable en el Palacio. Se recogió en la mudez, consciente de que cualquier equivocación lo delataba; perdió cercanía y empatía con la gente; respondía de forma hosca y a la defensiva como si cualquier pregunta envolviera algún arpón envenenado. En él, la cobardía se hizo virtuosa; la mentira, política de Estado.

Cobarde es quien consiente en violar la intimidad personal de una jueza de la Suprema Corte de Justicia para públicamente delatarla ante la nación e impedir con infundios su carrera y merecida escogencia.

Cobarde es quien convierte la intrusión a la privacidad en una siniestra práctica de control gubernamental.

Cobarde es quien le pone precio de empleo o contrata a un arreglo político.

Cobarde es usar la Administración pública para comprar las lealtades que no puede concitar la virtud personal.

Cobarde es hacerse de la vista gorda cuando hermanos y cuñados se convierten en mercaderes de contratas.

Cobarde es escudar la identidad detrás de una sociedad de carpeta, de un entramado offshore o de un prestanombre insolvente para no figurar como parte interesada en negocios oscuros con el Estado.

Cobarde es consentir la corrupción de los cercanos sin reparar en el agravio al honor personal.

Cobarde es quien usa como muñeco de ventrílocuo al máximo representante de la sociedad en la Justicia para negociar la impunidad personal y de colaboradores.

Cobarde es aceptarle un aporte de campaña a una empresa trasnacional para luego retribuirle con el monopolio de las grandes obras y la adjudicación de la más cara en la historia de las inversiones públicas a través de licitaciones convenidas.

Cobarde es usar como asesor gubernamental y pagar con dinero público a un delincuente internacional con base en una componenda con la empresa que armó y operó la red internacional de sobornos más colosal en la historia continental.

Cobarde es comprar con cohechos, impunidades y bajos tratos una reforma constitucional.

Cobarde es endeudar al país para solventar el dispendio y el festín.

Cobarde es usted, Danilo Medina Sánchez.

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Abogado, académico, ensayista, novelista y editor.