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Palabras en ristre

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Palabras en ristre (ILUSTRACIÓN: LUIGGY MORALES)

Contaba en mi última entrega sobre la mutación del lenguaje inclusivo en campo de batalla, con frentes definidos que advierten en las palabras señas ideológicas y adelanto de posiciones sobre el tema mujer. Lejos está el hábito de hacer al monje, y la corrección política dobla a menudo como ejercicio camaleónico. En el idioma turco, por ejemplo, no existen los géneros. La literatura excelsa de Orhan Pamuk, primer turco en lograr el Premio Nobel de Literatura (2006), y la hermosa cinematografía de su compatriota Abdullah Oguz en Bliss, son un recordatorio punzante de que el patriarcado trasciende la gramática, hasta la parda.

Están las causales para la interrupción del embarazo; en el fondo, parte del mismo debate y aviso adicional de cuán retrógrados son muchos de los que alegremente gustan del amigos y amigas, compañeros y compañeras. Me someto a la ortodoxia de la Real Academia Española en cuanto al lenguaje inclusivo, mas apuesto por una causal única: la decisión voluntaria de la mujer sobre qué hacer con su cuerpo.

Volvamos al debate de julio en el Parlamento de Andalucía. El turno es de la diputada Ana Villaverde Valenciano, de Adelante Andalucía, y, coincidencia, la que menos recursos muestra en su declaración pública de bienes:

—Gracias, señora presidenta.

Señorías, el lenguaje y las reglas gramaticales no son neutrales, el lenguaje no solamente describe la realidad sino que también la construye. Y un ejemplo muy evidente es la violencia machista o la violencia de género, que mientras no se le ponía nombre no constituía un problema social, no se reconocía como tal —mejor dicho— y no se tomaban medidas para abordarla y combatirla a pesar de que evidentemente existía con consecuencias brutales para las mujeres. En el lenguaje también se libran las batallas por lograr que avance la sociedad. Y siempre, a lo largo de la historia, todos los grupos y colectivos oprimidos, sin excepción, han luchado por tener su reconocimiento y su espacio en el lenguaje, porque es evidente que usando el lenguaje también podemos excluir, discriminar y oprimir a un grupo desfavorecido e incluso influir en sus decisiones futuras mediante la construcción de estereotipos.

Lo que no se nombra, en definitiva, parece que no existiera, aunque se trate de algo tan brutal y tan grave —como decía— como la violencia contra las mujeres, la violencia machista. Ustedes lo saben bien, señorías de Vox, y por eso se empeñan, entre otras cosas, en que, por ejemplo, a la violencia de género no se la denomine así y por eso quieren hablar de violencia intrafamiliar. Porque llamar a la violencia machista por su nombre fue una victoria del movimiento feminista, que señaló que las mujeres sufrimos violencia porque vivimos en una sociedad patriarcal. Y nos maltratan, nos violentan, nos asesinan precisamente por el hecho de ser mujeres. Y también por eso, porque saben de la importancia del lenguaje para el modelo de sociedad que construimos, traen ustedes hoy aquí esta iniciativa que ataca directamente al lenguaje inclusivo y, con ello, a las mujeres.

Cuando aprendemos a nombrar las cosas..., parece increíble que tengamos que recordarlo aquí, pero cuando aprendemos a nombrar las cosas, cuando aprendemos el uso de las palabras, aprendemos a interpretar el mundo y con él aprendemos también la construcción social de género. Es algo que sin lugar a dudas todas las pedagogas, psicólogas, lingüistas serias lo reconocen. Y con él aprendemos también la construcción de aquello que se espera de nosotros y nosotras, las expectativas que socialmente se esperan, ¿no?, de mujeres o de hombres, que están diferenciadas y jerarquizadas en función del sexo y el género.

Con el uso del masculino genérico que se ha impuesto durante tantos años, las mujeres hemos tenido que soportar una especie de lugar provisional en el idioma. Cuando estamos en un grupo compuesto solamente por miembros de nuestro mismo género, o por otras mujeres, entonces somos niñas y se nos reconoce como tal. Ahora bien, si en el grupo hay también personas de género masculino tenemos que conformarnos con que se nos incluya en el genérico niños, en definitiva, desaparecemos. Esto de ninguna forma es casual ni es irrelevante, porque responde a una jerarquía en la que se nos relega a un papel secundario. Seguramente, si a cualquier persona que pase por la calle... Esto es como muy obvio, pero parece que hay que recordarlo hoy aquí. Si a cualquier persona que pase por la calle le pedimos que imagine un grupo de científicos, de futbolistas, de ingenieros, de jueces, de médicos, de panaderos, en su cabeza la imagen que aparece inmediatamente en la mayoría de los casos es la de un grupo de hombres, como si las mujeres no pudieran tener representación en esos sectores profesionales, por ejemplo. Así es como se construye nuestro imaginario en la cultura patriarcal y ha tenido luego unas implicaciones gravísimas en las desigualdades sociales que todavía padecemos las mujeres. Y es profundamente injusto con las mujeres porque a través del lenguaje y la cultura se nos limita, se nos priva de referentes y se perpetúan estos estereotipos que nos discriminan.

Que ustedes que son abiertamente machistas y defienden repetidamente iniciativas que van contra los derechos de las mujeres ataquen el lenguaje inclusivo, desde luego no sorprende a nadie a estas alturas sí que es muy preocupante porque se le presupone un prestigio, se le presupone una autoridad, se le presupone una neutralidad que en este caso, permítame que se lo diga, no está teniendo. Está dando cabida a posiciones ideológicas contrarias directamente a los avances y los derechos de las mujeres, como las de la extrema derecha que hemos escuchado hoy aquí. Y, además, lo están haciendo desde una posición de poder y de autoridad, lo que —repito— convierte este tipo de informes en muy peligrosos. Así que no voy a ser política correcta en esta cuestión porque ya está bien.

Lo cierto es que a día de hoy aún la RAE sigue siendo, y hay que decirlo, una institución machista. Es así. Y yo creo que no se puede negar y es una obviedad. Para empezar, la componen mayoritariamente señores. La práctica de esta institución es heredera directa de los que le precedieron, que prohibieron entrar a las mujeres en las universidades durante casi 800 años. Desde que se fundó la Real Academia Española en 1713 hasta hoy, han formado parte de ella un total de 486 académicos, entre los que solo once han sido mujeres, solamente once. Hubo que esperar hasta finales del siglo XX para que se nombrara a la primera académica mujer, la mayoría de las mujeres han llegado a la Academia en el siglo XXI. Y desde el año 2000 hasta ahora, en 20 años, de los 38 nombramientos que ha habido solo ocho han sido de mujeres. Es evidente, es evidente que aquí hay una discriminación. ¿O estaríamos si no entendiendo que es que las mujeres están o estamos menos preparadas para esta función? Con su práctica lo que demuestra evidentemente la Academia, con sus nombramientos, es que se sigue discriminando a las mujeres.

En segundo lugar, es curioso porque la RAE nunca pone tantas pegas para asumir cambios que ya se han naturalizado en el lenguaje. Por cierto, es falso que no se haya naturalizado. El uso del lenguaje inclusivo está absolutamente extendido en nuestra sociedad y asumido, gracias al movimiento feminista y su labor constante de lucha en defensa de este reconocimiento de las mujeres en el lenguaje. Pero, sin embargo, la RAE sigue teniendo resistencias en cuestiones de género más que en ningún otro tema, qué casualidad, lo que demuestra con ello es una fuerte resistencia en definitiva a combatir la desigualdad desde el lenguaje, y eso no es en ningún caso neutral.

¿Pero saben lo que les digo? Que se quedan por detrás ustedes a años luz, a siglos luz, de los avances sociales, señorías de Vox, de eso no hay duda. Pero la RAE también se queda atrás porque, por suerte —insisto–, el lenguaje inclusivo es ya hoy una realidad, le pese a quien le pese y, por suerte para las mujeres, no se le pueden poner puertas al campo. El movimiento feminista y la lucha de las mujeres es imparable.

Así que lo siento por ustedes y lo siento también por los señores de la RAE.

Palabras ha habido, digo yo.

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Aníbal de Castro carga con décadas de periodismo en la radio, televisión y prensa escrita. Se ha mudado a la diplomacia, como embajador, pero vuelve a su profesión original cada semana en A decir cosas, en DL.