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Los misterios de la autodestrucción

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Los misterios de la autodestrucción
La escritora Ligia Minaya, fenecida en el 2018, en Moca. (FUENTE EXTERNA)

Westchester County. Después del “QQD” o "Quod erat demonstrandum" de la entrega anterior en la que exploramos los nexos entre literatura y suicidio, y que cerró con una cita de la poeta Sylvia Plath, mostrando que literatura y locura no hacen necesariamente un vínculo, efectivamente, estar loca o hacerte la loca no te hace buena poeta: ‘Yo simplemente estaba loca”, escribió la poeta.

Esta conclusión despliega el abanico que abarca a escritores y escritoras que han renunciado a la respiración por distintas vías y métodos. Nos interesan sus motivaciones, no por morbo, sino con la intención de explorar los misterios de la autodestrucción personal en el ámbito de las letras. No tiene que ser un harakiri, un seppuku a lo Yukio Mishima, privilegio de Tokio.

Puede ser un cóctel de egos, enfermedad o motivaciones políticas. Variadas suelen serlas razones; enfermedades como el cáncer, caso de la argentina de origen suizo Alfonsina Storni, arrimándola a la depresión. Un compositor toma una carta suya y crea la conocida canción Alfonsina y el mar. La poeta muere por ahogamiento.

La República Dominicana tuvo al celebrado poeta dominicano Gastón Fernando Deligne: la lepra incurable lo llevo a la decisión. Están los casos de suicidios por política o por hastío partidista. Para el Nobel estadounidense Ernest Hemingway, descubrir que los organismos de inteligencia de su propia nación lo tenían bajo la lupa, fue el detonante.

Como mismo se afirma estos organismos persiguieron a la grande de Loisaida, poeta Julia de Burgos. Documentos desclasificados, según algunos medios, así lo atestiguan. La militancia independentista de la poeta puertorriqueña no era un secreto. A la rusa Marina Ivanovna Tsvetaeva, la dictadura de Stalin no le dejó más alternativas que la soga. Ejemplos y motivaciones variopintos, desde Eunice Odio, Alejandra Pizarnik, Sadeq Hedayat, Cesare Pavese, Paul Celan, etc.

Dejamos registrado el dato: un alto porcentaje de suicidio por política es salpicado por la duda y las contradicciones. A este punto vale mencionar a la escritora Ligia Minaya, pérdida lamentable, que los medios periodísticos dominicanos no calificaron como suicidio sino hasta largo tiempo después cuando ya era vox populi.

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Infografía

Ligia Minaya, según informes, se vistió de fiesta esa noche. Tomó su bolsito rojo, e introdujo allí el frasco con el veneno y marcho entusiasta a disfrutar las fiestas patronales de Moca, su ciudad natal. Días antes la autora había publicado en su columna de Diario Libre, un artículo desafiante sobre el modo de hablar de haitianos y dominicanos de bajo extracto social. En su caso hermetismo y rumor, aun bailan de la mano.

A Sergei Yessenin, el enfant terrible de Rusia se le “agoto la tinta”. Su último poema lo escribe con sangre. El poeta ruso casado con la bailarina Isadora Duncan, tenía en zozobra al gobierno bolchevique con sus reyertas, alcoholismo y rebeldía. Yessenin, con lesiones aparentemente auto infligidas en ambas manos (muñecas), fue encontrado al siguiente día por las autoridades, colgado de los tubos de la calefacción del hotel Angleterre en St Petersburgo. ¿Como pudo hacer tanto él solo?

Aquí se abordan las posibles razones para los suicidios. Sus misterios, las dudas. Por ejemplo, Violeta Parra, se suicida a pocos días de escribir su himno: “Gracias a la vida”. Inexplicable, ¿verdad? Como lo son aquellos suicidios de galardonados por la Academia Sueca, hostigados por críticas adversas a la concesión del premio. Caso celebre: el sueco Harry Martinson. Sin incluir los japoneses Yasunari Kawabata y Yukio Mishima, este último ya citado.

Como dato curioso, la escritora uruguaya Juana de Ibarbourou fue nominada cuatro veces al premio Nobel, se suicidó sin que le fuera concedido.

Resta tocar aquellos casos inducidos o provocados por diagnósticos psiquiátricos apresurados, tratamientos erróneos o por el toque de alarma de los psicoanalistas. ¿Un ejemplo? La poeta argentina Alejandra Pizarnik y el poeta y dramaturgo francés Antonín Artaud. Artaud, con su “teatro de la carne”. Su vida, trazó pautas a la sociedad acerca de lo que deben y no deben hacer los profesionales de la salud mental.

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Infografía
Alejandra Pizarnik, poeta y traductora argentina fenecida en el 1972.

El psicoanálisis debía limitarse a informar el proceso de la creación más que a reducir la lucidez de un creador/a por diagnósticos, patografías, hoy se sabe lo inútil de éstas y de las torturas del electroshock.

Pero los interventores de la salud mental no dan tregua. Una vez los escritores/as pasan a otro plano aparecen decenas de estudios psiquiátricos, psicológicos y psicoanalíticos. He aquí el caso de la gran Virginia Woolf y este título “Manic Depression and the Life of Virginia Woolf”.

No solo bestsellers a costa de escritores/as suicida, también publican no uno, sino dos libros con los mismos títulos. Ejemplo sobre Sylvia Plath, uno en español otro en inglés y de autores distintos, la misma equivalencia idiomática en el título: “The last days of Sylvia Plath” de Petter Dally y “Los últimos días de Sylvia Plath” de Jillian Becker. Parecería que escritores/as que detienen su aire, son carne de cañón editorial.

Concluimos mirando descarnadamente a la sociedad, sus estructuras políticas, religiosas, jurídicas que al parecer asedia a los literatos llevándolos a cortar su propio suspiro. El mundo que le sobrevive a ellos deja una mención irónica: Puñado de malos escritores/as resultan ser pésimos suicidas para martirizar a todos con su mala poesía. A los verdaderos escritores/as, algo parece haberle fallado. Todos estaban...” esperando un mundo desenterrado por el lenguaje” (Alejandra Pizarnik).

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