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Mixtura sintomatológica en la novela sobre Johnny Abbes García, de Tony Raful

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Mixtura sintomatológica en la novela sobre Johnny Abbes García, de Tony Raful
El escritor Tony Raful.

Fragmentos de la exposición realizada por el escritor Víctor Escarramán sobre la novela “Johnny Abbes García ¡Vivo, suelto y sin expediente!”, de Tony Raful, realizada en la reunión vía online del Ateno Insular el 17 de octubre pasado.

A mi adorada Maria E. Hernández B; por su eterno afán en provecho de la salud mental.

Novelar sobre los avatares de la historia es un acto de introspección del autor que nos permite conocer las alegrías, la cultura, los fracasos y miserias de cualquier sociedad.

La narración comentada en este texto, desempolva una tragedia que Latinoamérica no debería repetir, sobre todo, si algunos de sus pueblos, ha tenido la “suerte” de ver nacer o recibir como “amigos,” personajes de pensamientos tan retorcidos y desequilibrados.

Durante la lectura de la novela Johnny Abbes García ¡Vivo, suelto y sin expediente!, del Premio Nacional de Literatura, Tony Raful Tejada, tropezamos con algunos hallazgos relacionados a la personalidad y al comportamiento de sus tres personajes principales. Johnny Abbes García, narrador personaje, caracterizado como un súbdito desalmado, adulador, calié y torturador. El general Rafael Leónidas Trujillo Molina, presidente dominicano, tirano ambicioso, cruel perseguidor, mujeriego y jefe del anterior. Por último: Guadalupe Lemos (Lupe), mexicana, perteneciente al mundo del espionaje de su país, Centroamérica y de la CIA, quienes forman una trilogía de conducta y comportamiento clínicamente antisocial.

Se trata de una novela de tema histórico en la que buscamos desenterrar algunos demonios o locuras mentales que pululan en las mentes de los personajes y en las páginas de la obra. Nos enfocaremos en la óptica psicológica, no sin antes aclarar que no somos profesionales de la conducta humana.

Sinopsis: Un fantasma desaparecido por varias décadas de nombre Johnny Abbes, narrador personaje en primera persona, bajo la sombra del monólogo interior. Relata sus andanzas criminales y aventuras personales, en República Dominicana, Cuba, México, Haití y Centroamérica, avaladas y pagadas por el tirano Trujillo Molina y en compañía de una mujer mexicana, compañera de almohada, miembro de la CIA y de otras agencias de espionajes que le sirvió de artilugio para cometer sus crímenes. Al final de la narración, el mismo personaje exclama: “Oh, Johnny pero qué siniestro todo eso”. Para luego sugerir que aún está vivo.

La medicina determina patrones de enfermedades a través de la sintomatología que presenta una persona. Los profesionales de la conducta humana establecen los rangos clasificatorios de la personalidad mediante una evaluación de la historia clínica del individuo denominada Curva vital. Para ello, psicólogos y psiquiatras toman en cuenta el desarrollo, el comportamiento y las actitudes del hombre.

A partir de dichos análisis y otras sintomatologías y evaluaciones complementarias, se detectan las personalidades psicopáticas (antisociales), que, de acuerdo con su conducta, debía ser el tipo de personalidad nata, asociable al coronel Johnny Abbes, al general Leónidas Trujillo y a la expía mexicana Lupe Lemos. Más concretamente por el carácter patológico, (diagnóstico) asociado a la crueldad, a la frialdad, a la pobreza de sentimientos de culpa, y otras actuaciones; uno para ordenar matar sin contemplaciones, otros, para ejecutar directrices sin la menor valoración a la víctima, al dolor de sus familiares y las secuelas en la sociedad. Además del extraño placer que les provocaba ver realizado el crimen o el aprendizaje de nuevos métodos para ejecuciones futuras. “Uno de los momentos más increíbles de mi vida, fue reencontrarme con dos oficiales de la Gestapo Nazi... (... ) Estos dos oficiales fueron dados por “muertos”...” Pág. 347. Johnny Abbes García, se refería a Vladimir Scelfj “Trujillo lo invitó a integrarse con nosotros... (...él nos entrenó en inteligencia y represión de opositores...) Con él, aprendimos formas y métodos de torturas en casos especiales, para lograr extraer confesiones, (...), que dieron resultados positivos”. Pág. 348. De la actuación patibularia se deduce que los cerebros de Abbes y Trujillo tenían una construcción psíquica equivalente como si se hubiesen formado y nacido del mismo vientre o arrojados a la tierra por los mismos demonios, porque en ellos convivían similares patrones conductuales, persiguiendo a la vez, gravosos intereses. “Usted es mi padre. Usted es el padre de la Patria nueva”. Pág. 229

Otro tipo conductual que aflora en los personajes de la novela de Raful, se fundamenta en la leyenda de Damocles, quien era un fanático adulador del tirano Dionisio, gobernador de Siracusa, entre los años 367-357, A. C. Damocles alababa la grandeza del poder de su amo, la inmensidad de sus riquezas y la extensión de sus dominios, mostrando una admiración ilimitada, con análoga tendencia patológica a la conducta del vasallo Johnny Abbes en favor del General Trujillo: “ Vaya Jefe, usted es un maestro dirigiendo la política internacional, cuánta sapiencia, cuánto tino al enfrentarse a fuerzas superiores, y salir airoso, con prestigio y fuerza moral. Lo felicito, lo admiro tanto Jefe. Yo creo que este país si no fuera por usted, todavía estaría en los tiempos de concho primo”. Las primeras aproximaciones al estudio de la personalidad se remontan a la Grecia de Hipócrates. Luego, el psicólogo norteamericano Gordon Allport formuló una definición aceptada por la ciencia, que retrata el goce por el sufrimiento en los demás: “...la personalidad es una organización dinámica de la persona, contentiva de sistemas psicosociales creadores de patrones característicos de conducta, pensamiento y sentimiento...” Las personalidades de Johnny Abbes y Rafael Leónidas Trujillo, no solo mostraban modelos emocionales y conductuales sistémicos, sino también que ambos justificaban y tutelaban sus actuaciones y emociones hacia una misma dinámica psicosocial, dirigidas siempre al escenario del crimen.

La psiquiatría moderna denomina trastorno de personalidad antisocial, también llamada sociopatía, a la conducta mostrada por una persona que no muestra ninguna consideración por lo bueno o lo malo vivido por los demás. Que ignora los derechos y sentimientos de manera sistemática. Las personas con estos trastornos tienden a oponerse, manipular o tratar de forma indiferente y cruel a los demás, sin mostrar culpa ni remordimientos por sus actos. Son individuos que no les importa quebrantar las leyes y sentirse héroes, aun sea a través de actuaciones delincuenciales. Pueden mentir sin desparpajos o comportarse violenta e impulsivamente. Debido a estas características se les dificulta cumplir con responsabilidades familiares, porque no se sienten cómodos, sujetos a esos paradigmas, prefieren la insensibilidad, el cinismo o el desprecio. “No he dicho eso Lupe. (...) A mí me usan como conejillo de indias para sus experimentos de odio, y exageran y distorsionan”. Pág. 324.

El criminólogo mexicano Ricardo Vásquez Cigarroa en su revista digital de psicología, cita a Freud, quien en un artículo que analizaba el tema, expresó: por paradójico que parezca, estos criminales presentan un sentimiento de culpabilidad anterior al delito, llegando el maestro de la psiquiatría moderna a la conclusión de que la consumación del acto representa, para el sujeto antisocial un alivio psíquico. Johnny Abbes relata sin desparpajos las razones que dieron lugar a la fabricación de la famosa silla eléctrica en la cárcel de la 40, confesando sin miramientos quien fue el ideólogo y las motivaciones de orden patriótico que representaba el uso del funesto mueble: “fue iniciativa del Jefe”. Ese instrumento de tortura solo fue creado para “facilitar informaciones”: “Algunas veces, al jefe no le gustaba que los detenidos fueran lesionados, estropeados físicamente, sino era por la demanda imperiosa de obtener informaciones que preservaran paz pública”. Pág. 223.

Contrario a Freud, la misma publicación señala una hipótesis opuesta defendida por Alfred Adler, alumno disidente del maestro, quien sostuvo que el delincuente posee una convicción de su propia superioridad, compensatoria a su inferioridad emocional. Después de haber muerto el autor de la novela Over, Ramón Marrero Aristy, a la sazón secretario de Trabajo de la tiranía, el narrador en primera persona de la novela presenta el estado de ánimo del Jefe: “Trujillo estaba conturbado, nunca lo vi en semejante estado frente a otros hechos parecidos o más graves ocurridos. Esa es la razón por la cual Trujillo, que evidentemente tenía especial afecto por Marrero, preguntaba por él, en varias ocasiones, como si se sintiera en defecto con el muerto”. Pág. 71. Marrero había muerto a tiros en el propio despacho del Jefe. “Había que ver a aquel prepotente gánster dando gritos de piedad y tratando de escalar con sus manos la alta pared del patio del lugar. “Johnny, Johnny por favor no me hagas esto...” Hice sacar de su celda a Delio Gómez Ochoa, para que fuera testigo de la muerte de Policarpio...” Pág. 74. Se trataba de Policarpio Soler uno de los matones más brutales y cercanos a Trujillo, quien sin obtener la autorización del Jefe y respondiendo un gesto nervioso de Marrero, se había adelantado a matarlo.

Como se aprecia del personaje, Johnny Abbes García, en sus actuaciones y expresiones, de acuerdo a la clasificación sintomatológica médica psiquiátrica, deja claro ser un individuo que padeció del síndrome de Damocles (adulador) y de la sociopatía del antisocial. Referente al personaje Rafael Leónidas Trujillo Molina, además de la personalidad antisocial por sus deseos desmesurados de poder, y entre otras actuaciones por su obsesiva inclinación al linchamiento que justificaba en la erradicación del comunismo en América, la trama novelística también ubica su siquis en una inconfundible afectación por el síndrome Hubris (SH), que se refiere al concepto griego relacionado al ejercicio del poder de forma desmesurada. Relatando sobre la ejecución de algunos de los miembros de la invasión de Constanza, Maimón y Estero Hondos, el narrador Johnny Abbes dice: “Trujillo estaba indignado, no porque hubiesen fusilado a los prisioneros invasores, sino porque la orden no partió de él...”, pág. 253.

Por ejemplo, la enemistad suscitada entre Rómulo Betancourt y Trujillo, provoca en el tirano dominicano, primero una obsesión por ver muerto al líder venezolano, intención que insistió en materializar sin importarle las consecuencias políticas y sociales de aquel irreflexivo pensamiento. “El Generalísimo había desarrollado una patología contra Betancourt. Las deudas de Betancourt con el Jefe eran viejas. En la psiquis humana sobreactúan muchas veces antiguas ofensas personales, agravios al honor personal, lesiones a la hombría del macho caribeño. (...) el jefe estaba muy sensible. “Pág. 305.

La presencia del síndrome hubris en el personaje Rafael Leónidas Trujillo, en la novela de Tony Raful, demuestra que el dictador en su afán de sentirse política y económicamente poderoso e imponer su dominio a toda costa, no se limitaba en sembrar el miedo, como razonaba Maquiavelo en El príncipe. Buscaba respeto a su autoridad y adhesión política del resto de la sociedad. Importaba poco que fueran ciudadanos sencillos, peticionarios de las libertades públicas como aconteció en República Dominicana o presidentes de otros países, como Guatemala, Haití, Cuba o Venezuela que debían entender que su patrón de comportamiento no tendría restricciones logísticas ni miramientos diplomáticos para enfrentar a cualquier persona o imagen de poder (Hitler) ilegal o institucionalmente establecido.

Un caso significativo sucedió en nuestro país, con el enfrentamiento de Trujillo y la iglesia católica, institución importante para mantener la relación en atmósfera de paz y estabilidad política del régimen, pero el impetuoso deseo de mostrar grandeza y superioridad, características del síndrome hubris, llevó al tirano a romper los resortes lógicos de administración de política diplomática.

“Un día, el Jefe decidió burlarse de Zanini” Pág. 269. El narrador reseña el enfrentamiento con el nuncio de la Santa Sede, representante del papa, monseñor Lino Zanini. Luego de Trujillo leer un informe preparado por Johnny Abbes sobre sus hazañas espías contra los principales representantes de la iglesia, cuestiona al Jefe: “qué hacer ahora.”, a lo que el sátrapa responde:” “Tú sabes lo que hay que hacer, Johnny”. Pág. 267.

En 2008, el neurólogo David Owen, miembro de la cámara de los lores y excanciller británico, publicó un libro en el que, atraído por el comportamiento y perfil psicológico de ciertos parlamentarios y dictadores, acuña el término ‘síndrome de hubris’ (SH), para describir a los mandatarios que creen haber sido enviados por los dioses para permanecer en el poder durante períodos prolongados y hacer grandes obras. En América podemos citar además de los Trujillo, a los Duvaliers, Somoza, Pinochet, Fulgencio Batista, Stroessner, Videla, Balaguer y Fidel Castro. A Castro lo hemos colocado en este grupo de tiranos sanguinarios, no por esa cualidad, sino por el prolongado período que ocupó.

Son personas que muestran tendencia a la grandiosidad y la omnipotencia, incapaces de escuchar consejos, acción que los hace impermeables a las críticas. En 2009, David Owen y el psiquiatra Jonathan Davidson proponen que el SH sea contemplado como un nuevo trastorno psiquiátrico, ya que estas personas acusan propensión al narcisismo, donde ven el mundo como un espacio en que solo ellos pueden ejercer el poder y convertir su actuación en su gloria mientras definen tendencias a la autoglorificación, a ensalzarse en la fascinación por su propia persona, identifican su imagen con la nación, el estado y la organización.

Los individuos con este síndrome crean un caparazón mental donde no aceptan oposiciones que parezcan atentar o dañar su régimen. A pesar de la “ayuda” económica y militar de Trujillo para ayudarlo a instaurar como presidente de Guatemala, Castillo Armas se había mostrado indiferente y soterradamente hostil, manifestando desprecio y desidia; actuación que en la mentalidad del dictador dominicano era inaceptable: “Ese hombre no quería agradecerle nada a Trujillo, y toda su negativa a recibirlo en Guatemala como un paladín anticomunista, eran celos profundos, ingratitudes y en el fondo (...) graves contra Trujillo”. Pág. 117, 118. A seguidas, el narrador explica: “Castillo Armas, ponía en tela de juicio esa supremacía trujillista”. Luego el súbdito, tan malhechor como su patrón, cumpliría la omnipotente y exterminadora orden: “El día 24 de julio, le di la información a Trujillo de que Castillo Armas moriría “pasado mañana”, o sea el 26 de julio”. Pág. 149. El magnicidio del presidente guatemalteco y su sangre aún mantiene sus manchas y recuerdos en el piso del palacio presidencial guatemalteco, donde pululan los espíritus perversos de Johnny Abbes, Trujillo y Lupe Lemus. La intromisión en los asuntos de otro país ocasionada en su clara afectación por el síndrome hubris (SH) y su patología antisocial, provocaron la muerte injustificada del presidente guatemalteco. “Este Castillo Armas le había fallado al Jefe”. Pág. 37

En el cuanto a la señora Lupe Lemus, resulta interesante conocer las razones por las que en plena década de los cincuenta, una mujer de un país latinoamericano, haya decidido ejercer labores policiales con tareas de persecución, secuestros y espionajes. El criterio no es limitante ni categórico, porque se conoce que en países europeos especialmente Inglaterra y Alemania, así como Rusia y Estados Unidos desde antes de las guerras mundiales ya utilizaban mujeres para realizar labores similares, interesados en obtener informaciones de seguridad o de temas empresariales. En Latinoamérica el papel de las mujeres siempre ha estado limitado a trabajos de asistencia social comunitaria, al resguardo de la infancia, enfermería y otros. Eran consideradas poco favorables para ejercer roles que implicaran riesgos policiales o de seguridad nacional. Para esto, debían someterse a un cierto cambio de su identidad (masculinización) para poder competir en igualdad de condiciones.

Carl Rogers, psicólogo californiano, creador de la llamada teoría de la personalidad, pensador de enfoque humanista, postuló que la persona tiene una estructura interna, con tendencia al desarrollo de sus propios sueños y madurez. Que a partir de esta estructura de pensamiento, la persona puede entender los aspectos que le ocasionan dolor o insatisfacción o satisfacción, actuaciones y emociones que necesitan expresar por cualquier medio. De esa manera, la persona será capaz de organizar de forma diferente su personalidad y las relaciones en su vida, tomando en cuenta actitudes y respuestas que para ella sean recibidas como maduras. De ahí, el individuo aumentará el valor hacia sí mismo y concebirá las acciones necesarias de autoexploración. Esto será posible a partir de cuidar ciertas condiciones en un marco de acompañamiento con otras personas con las que se relacione.

Parece que fue la legión de ángeles diabólicos quienes dirigieron a Johnny Abbes a México y allí le acercaron a otro espíritu de pensamiento, proceder e intereses similares: “Desde que llegué a México me puse en contacto con Guadalupe Lemus (Lupe). Ella trabajaba para la seguridad interna del gobierno mexicano, y tenía amplios vínculos con toda la red de inteligencia del Estado. Fue la primera vez que vi a una mujer con un revolver al cinto, (...) con unas botas y un collar (...). Con aprestos varoniles, tenía sin embargo, un toque sensual en la mirada. La soledad y la necesidad en un país ajeno, embellecen toda tentativa de amor. Era la mujer más hábil e inteligente que yo había conocido”. Pág. 34. El retrato hecho por Johnny Abbes sobre las actuaciones de la espía mexicana lo asociaba a las reflexiones de Carl Rogers que decían que la persona necesita autoexplorarse para conocer la profundidad de sus capacidades. Sentir valoración por sus acciones se constituye en el conducto ineludible para que el malhechor dominicano “diplomático” enviado de Trujillo se haya mancomunado con Lupe Lemus y transiten las mismas calles, visiten los mismos países o refuercen planes comunes y terminen siendo valorados tanto en lo personal como en sus actuaciones generadoras de dolor, satisfacción o insatisfacción. “Guadalupe no sabía cuál era realmente mi objetivo, salvo que éramos parte de una estrategia común de lucha en el área contra el comunismo”. Pág. 79

Esto infiere que Lupe la mujer, la Lupe policía, había encontrado el socio estratégico para vigorizar sus planes anticomunistas en México y Centroamérica, con la agitación táctica y económica de la CIA, pero también un importante pie de amigo a la macabra intolerancia Trujillista. Mujer de patología y comportamiento antisocial, como Jonny Abbes y Trujillo, había encontrado la brecha de escape para materializar sus oscuros métodos criminales: “Su cuerpo no era atractivo. Era hosca, arisca, desalmada. Capaz de todo. Ella reunía todas las pasiones simultáneas, ese morbo del espionaje y de la aventura, era un poder siniestro, algo de ella se conjugaba en lo más oscuro del alma mía”. Dos almas podridas y sombrías coincidían, cerebros monstruosos, dispuestos a amarse, pero también a linchar a cualquiera, fuere por mandato del Jefe o por convicción.

El lector queda enganchado en los avatares del narrador que no se limita en sacar sus debilidades psíquicas: “después de un rato nos llevaron a una caverna subterránea, adornada con crucifijos boca abajo y una estatua gigante de Lucifer con erección”, pág. 61; o colocándose en denigrante papel de súbdito adulón de alma y corazón hambriento de poder, soñador de grandeza, sediento por marcar sus huellas en los senderos de los cementerios, en carreteras o en las paredes de las cárceles: “convencido y orgulloso de servirle a ese gigante de la historia que fue y es, el Generalísimo”. Pág. 164. Chivato minucioso, de psiquis empobrecida, se esmeraba en convertirse en el más efectivo colaborador de la barbarie gobernante, actuando contra todo aquel que osare intentar dañar la imagen o la integridad del amo y su corte “... lo pillamos hablando peyorativamente del Jefe en una recepción...”; pág. 39. Para el súbdito, su trabajo y el triunfo de su ego abominable era un mandato de su Dios, que excitaba el fluir de sus pensamientos y la pureza de su idolatría: “Trujillo era mi sol, mi norte, mi héroe favorito. Nada más hermoso que servirle”, pág. 40.

Además de su valor literario, su temática de política internacional, diplomática o lo ficcional, así como el placer que su lectura fácil nos deja y su lisura comprensiva, en la trama se fusionan otros elementos de carácter psicológicos asociados al síndrome del súbdito ilimitado (servil) y al adulón gratuito. Según ha comentado el autor, la novela contiene mucho de lo real histórico, lo que demuestra que la trama histórica se constituye en la exhumación de hechos pasados, a veces olvidados, a pesar del resultado desgarrador que aquellos hechos provocaron en muchas familias, a la sociedad, al país. El título plantea la hipótesis de la existencia física (“vivo”) del personaje Johnny Abbes, cuando connotados historiadores certificaban que Abbes había muerto en Haití. La presunción de muerto, de acuerdo a las páginas finales de la novela, habría sido una actuación teatral, manejada como un espejismo inteligente de la CIA, del gobierno haitiano y del entonces presidente dominicano, Dr. Joaquín Balaguer.

Nuestra hipótesis de que las actuaciones criminales organizadas y ejecutadas en sociedad por los personajes Johnny Abbes García, Rafael Leónidas Trujillo y la mexicana Guadalupe Lemus (Lupe), y que sus comportamientos personales, en la trama, estuvieron matizadas por sus condiciones de personalidad psicopáticas: antisocial y los síndromes hubris y Damocles, estaría justificada en la forma de sus abominables e injustificados actuaciones, ejecutadas, para complacer los egos personales de Trujillo, así como por la apática en lo diplomático, del presidente Castillo Armas, despreciando la visita del tirano dominicano, como por intereses políticos y económicos. El asesinato del presidente guatemalteco fue una actuación injustificada, aberrante y nefasta, en el marco de su realidad criminal, histórico, política: —un hecho trascendente— sin otra excusa que el malsano anticomunismo rancio, forjado en la mentalidad psicópata de Trujillo, no así en la trama novelada, debido al interés que genera en el lector un hecho de tal magnitud, por lo real que parece y lo anormal del suceso.

Enigmáticas fuerzas unieron estratégicamente las vidas del sátrapa dominicano Rafael Trujillo Molina con las de Johnny Abbes y Lupe Lemus —amo y perros—, quienes cobijados en las nefastas sombras del poder, se atrevieran a violar las almas e irrigar con sangre las tierras nobles de varios pueblos.

Cuando uno aproxima el cerebro en la lectura de un relato de naturaleza histórica, tiene dos opciones. Una es leer el texto como si los hechos narrados estuvieran adornados por el barniz de la realidad aun el contexto de verdad sea parcial, la otra, colocarse en el punto de vista de la invención y a partir de ahí, considerarlo ficción, en este caso novela. Como el contenido de esta obra tiene la peculiaridad de exponer cuestiones históricas relativamente recientes, su talante verosímil es tan recio que el lector puede despojarse de cualquier duda y asumir la trama en el ángulo de lo verdadero. Son hechos que el poeta y narrador Tony Raful, supo investigar e hilvanar con fidelidad narrativa y precisión temporal para consumar, en 395 páginas, una obra de interés literario, carácter humano y valor social, que sin duda sobrevivirá en el tiempo junto al discurrir de las estaciones. ¡Enhorabuena!

Bueno, B. d. (20 de Noviembre de 2019). ¿Qué es el síndrome de Hubris, “la enfermedad de los poderosos”? Recuperado de Filonews: https://www.filo.news/vidasana/Que-es-el-sindrome-de-Hubris-la-enfermedad-de-los-poderosos--20170613-0027.html

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