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La invasión de los elefantes (historia de una catástrofe, encontrada en el microchip de un esqueleto)

Cuento de Rodolfo Báez

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La invasión de los elefantes (historia de una catástrofe, encontrada en el microchip de un esqueleto)
El escritor Rodoldo Báez.

Creo que soy el último de los humanos. Ignoro si en alguna otra parte del planeta queda alguien con vida. Desconozco el tiempo que llevo aquí. Cuando todo comenzó, era el año 2124. Los noticiarios hablaban de un meteorito caído en alguna parte de África, no le presté mucha atención, pues pensaba que, como en otras ocasiones, lo que buscaban era atraer con su amarillismo. Decían que los elefantes y otros animales de cierto hábitat estaban creciendo inexplicablemente por alguna radiación desconocida.

Muchos biólogos se trasladaron allá para estudiar el fenómeno, y ellos mismos se contaban entre los sorprendidos por las alteraciones experimentadas en los organismos residentes dentro de lo que denominaron “El Radio de Influencia”.

No sé qué pasó, ni recuerdo el tiempo transcurrió desde el comienzo de la epidemia, pero los animales comenzaron a comportarse de forma agresiva, primero entre ellos, después salieron de El Radio de Influencia, lo raro fue que lo salido de allí no eran animales de tamaños exagerados, sino una manada de demonios que destruía a su paso todo lo que encontraba: Aldeas, árboles, otros animales y seres humanos.

Los elefantes por tener un cerebro capaz de desarrollar comportamientos asociados a la inteligencia comenzaron a tomar el control del pillaje, y a comportarse como si supieran lo que hacían. Solo ellos fueron capaces de soportar las inclemencias del planeta, y de irse expandiendo por el mundo como una plaga de insectos. Agregando a esto que aceleraron su período de gestación, y en vez de parir en veintidós meses, cada seis meses salía de las barrigas templadas de las hembras un nuevo cachorro que con bríos demoníacos se unía al desastre.

En pocos meses las noticias eran alarmantes y cargadas de escenas horribles, los gobiernos comenzaron a tomar medidas, a armar sus ejércitos, pero sin explicación alguna las balas rebotaban en las pieles correosas, como rechazadas por una fuerza superior. Las armas de destrucción masivas no fueron usadas por temor a agrandar el problema y aniquilar lo que sobrevivía de la especie humana.

Poco a poco los elefantes fueron desplazando personas, destruyendo ciudades, campos. Todo lo que encontraban a su paso perecía bajo la prensa de sus patas. La última imagen que se presentó en la televisión era terrible, la había tomado un satélite de la NASA, en ella se veía la mitad del planeta desierto como si se agarrara una naranja y se cortara por la mitad. Pero además del cuadro horrible de un planeta mondado, había que agregar a esto la carrera en tropel hacia la parte con vida de la manada endemoniada.

Era desastroso, la epidemia no fue para un hábitat del África ni siquiera en todo el continente, ahora se extendía por toda la tierra. Seguía creciendo como espuma, pero ¿qué pasaría cuando la espuma llegara al tope del envase? ¿Desaparecería para siempre la raza humana bajo las patas de los elefantes? ¿Así acabaría la vida en la tierra? ¿Sería este el fin del que hablaban las profecías, o era solo parte de la ira de Dios? Por el momento lo mejor era no atormentarse con tantas preguntas, y tratar de encontrar la manera de sobrevivir a la plaga. Sí, millones de personas habían muerto, y miles de pueblos desaparecido, mientras otros se escondían en los espacios menos pensados, de donde eran desalojados por otra vorágine de cuadrúpedos, o desgarrados por las uñas negras del hambre torturadora y la sed que se pegaba al paladar reseco, no se podía dudar del castigo.

¿Dónde estaban las potencias mundiales? ¿Estábamos ante un tipo de vida superior a la nuestra? ¿Qué diablos fue lo que vino en ese pedazo de piedra? Mil preguntas nos torturaban, pero para pocas teníamos respuestas. Los que no estábamos con la boca llena de moscas, o con la cabeza aplastada por un elefante, no sabíamos cómo reaccionar ante una situación jamás pensada.

¿Cómo explicarle a un mundo preparado para conquistar el universo, que estaba desapareciendo por la invasión de, hasta el momento, animales irracionales?Si alguien, de este planeta o de algún otro, un día llega a leer esto, no lo creerá, pero hallará pruebas suficientes, si no nos destruyen por completo, que probarán lo que digo. Mi pueblo era uno de los últimos que había sobrevivido a la invasión, pero la noche del doce de mayo sonaron las trompas malditas. Estaba preparado para esto aunque no me imaginaba la magnitud de los temblores y del ruido que hacía saltar los cristales de los edificios como plumas ante un huracán. Corrí por la ruta trazada con anticipación, mientras los gritos de los sorprendidos y los chirridos de rabia, me empujaban como manos invisibles. Desde aquella noche en que el ángel de la muerte visitó mi pueblo, no sé cuánto tiempo ha pasado. En este peñasco he consumido hasta mis desechos, y me alegro porque éste será mi último amanecer. No es un mal día para morir, el sol ha salido con fuerzas, y al cielo no lo empaña ni una nube. Siempre le temí a morir en oscuridad.

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