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Paul Giudicelli cumple 100 años

Mi tío Pol era diferente a los demás tíos, no reía mucho, pero cuando lo hacía su sonrisa inundaba el espacio

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Paul Giudicelli cumple 100 años
Mi tío Pol vive en la eternidad. (ILUSTRACIÓN: LUIGGY MORALES)

Taciturno, de pocas palabras y mirada perdida en el horizonte. Nunca le vi un pelo en la cabeza ni decir una palabra de más. Todos los días se refugiaba en su cueva de las maravillas donde lienzos desnudos le retaban, pasaba horas combinando colores, mezclando nuevos elementos, borrando trabajos que consideraba no alcanzar lo que su imaginario le dictaba. Muchas veces lo vi sentado contemplando algunas de sus obras terminadas, en algunas creo le adiviné una sonrisa, en otras una honda preocupación.

Poca gente entraba a su altar de milagros, tenías que ser invitado, una que otra vez pude colarme y él se divertía con mis comentarios. ¿Estás cansado?

-Nadie se cansa de hacer lo que le apasiona, me falta el tiempo -dejó escapar sin mirarme.

Y sin decir más se enfrento al inmenso lienzo que se poblaba de líneas y de figuras taínas y de arena, y de pócimas secretas.

Cuando al final del día, si es que el día tenía final, se daba un baño frío, se quitaba sus manchados pantalones cortos y su camisa llena de huellas maestras y se disponía a dar su acostumbrado paseo por el Conde, caminaría hacia la Cafetera, se reuniría con escasos amigos y en silencio les escucharía hablar. Cuando la noche le arropaba desaparecía en su habitación en un silencio cómplice que escandalizaba.

Mi tío Pol era diferente a los demás tíos, no reía mucho, pero cuando lo hacía su sonrisa inundaba el espacio. De vez en cuando algún colega, amigo o comprador venía a su estudio y él le mostraba sus obras.

-El dinero me sirve para comprar más lienzos y mas pintura -nada más le interesaba.

Tenía un solo traje gris oscuro que usaba siempre en sus exposiciones, nada más le era necesario. Durante el día trabajaba en un hogar de ancianos con las monjas, no era practicante pero tenía una fe fuerte en su Dios, me consta que las monjitas del asilo, como él las llamaba, le querían mucho; a la hora del almuerzo llegaban los manjares que las religiosas le obsequiaban, el tío era cariñoso a su manera.

Una vez le mostré con temor un poema a la muerte que había escrito, me miró a los ojos y sonrió con ellos.

-Creo que nos parecemos -comentó.

-¿Te gustó? -insistí-, y afirmando movió la cabeza. Me sentí premiado. Hubiera querido que me abrazara, pero no lo hizo, quizás era pedir demasiado.

El día que ganó el premio León Jimenes se vistió de gala, pasó el día sonriendo, todos en la casa estábamos felices, le pregunté que cómo se sentía, y sin perder la mirada alegre, contestó:

-Ahora más comprometido con mi trabajo.

Este año mi tío Pol cumple 100 años, lo vi partir cuando apenas tenía 46, durante toda su enfermedad nos hizo creer que no padecía nada, lo vi disimular el dolor cuando, sentados en la mesa, intentaba comer un pedazo de pan, llorábamos por dentro. Una vez me dijo que todo pasaría y que saldría de esto, traté de estar a su lado hasta su último minuto. Me prometio pintar un Cristo cuando sanara, que ese Cristo estaría lleno de luz, luego me pidió que le buscara un helado... fue su excusa para que no lo viera morir.

Lo que él no sabe es que no ha muerto, mi tío Pol vive en la eternidad.

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Freddy Ginebra Giudicelli es un contador de anécdotas cuyo mayor deseo es contagiar su alegría y llenar de esperanza a todos aquellos que leen sus entrañables historias.