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La desconocida historia de Marina Ginestá

De la guerra civil española a República Dominicana

"“Entonces, a su vez, el muchacho se dio cuenta de que ella era una hija del mismo árbol que él, arrancada por la misma tormenta, que había volado para ir a perderse en las antípodas”."

Es una imagen icónica. Ha recorrido el mundo desde hace casi nueve decenios. Ella, jovencísima, con apenas 17 años. Traje de batalla, fusil terciado, pelo revuelto, rostro casi inocente, sonrisa que intenta ser en medio de la gravedad de la hora. Es el techo del hotel Colón, de Barcelona. La guerra civil está en el corazón y en las trincheras. Acababa de iniciar. Mediados de 1936. Ella, la miliciana, se  llama Marina Ginestá Coloma, con antecedentes suficientes para pelear junto a los de la República en armas. Hija, nieta y hermana de socialistas. Su madre apenas tenía un año que había regresado de Moscú donde participó en un congreso internacional de mujeres. Su padre era un sindicalista activo que durante la guerra presidió la Unión General de Trabajadores. Su abuela era una feminista de armas tomar y pionera en Cataluña del cooperativismo. Su hermano es también miembro del partido comunista. “Voluntario de España, miliciano/ de huesos fidedignos, cuando marcha a morir tu corazón”, cantó Vallejo.

Bernardo Vega afirma que entre noviembre de 1939 y junio de 1940, en apenas ocho meses, unos 3,150 españoles habían llegado a República Dominicana a causa de la guerra. Un año y medio después sólo quedaban unos 300. Se fueron a México, Cuba, Venezuela, Puerto Rico, Estados Unidos. Y aquellos que se quedaron transformaron la vida cultural, intelectual y universitaria del país dominicano. Y, poco a poco, también el desarrollo económico. No todos eran socialistas. Llegaron huyendo de los rigores de la guerra, con simpatías por uno y otro bando, pero sin activismos. Un grupo sí lo fue. Se encargarían de introducir las ideas marxistas en República Dominicana. Entre los que vinieron estuvo María Ginestá. Llegó por Puerto Plata junto a su hermano Alberto. Tenía apenas 21 años de edad. En el barco en que hizo el largo trayecto desde Francia, donde fue a parar cuando aconteció la derrota y la instalaron en un campo de refugiados, conoció a su futuro esposo con quien tuvo un  hijo que nació en Santiago de los Caballeros. Pronto se radicarían en San Pedro de Macorís. Y de sus recuerdos allí escribió una gran novela, que se publicó en catalán en 1976, tuvo una segunda edición en francés en 2014 y no fue hasta 2019 que se imprimió en español. La publica en Barcelona treinta años después de su estancia dominicana y el libro viene a conocerse y publicarse por primera vez, gracias al Archivo General de la Nación, cuarenta y cinco años después de la primera edición.

Bajo el paisaje político, brumoso y maloliente de la era del Benefactor, María, la protagonista, relata la odisea vivida en la ciudad oriental donde aprendió a “estirar la mosquitera, recoserla, colocar con cuidado sus bordes ondeantes bajo el colchón”, para protegerse de los “vampiros aviadores”, de los “enemigos zumbones y sedientos” que azotaban día y noche a un San Pedro nombrado luego por sus moradores como Mosquitisol. La narración transcurre desde inicios de junio de 1940 hasta noviembre del mismo año. Seis meses. Macorís del mar es descrita con su plaza, las caobas centenarias que aliviaban el calor de los grupos que se sentaban en los bancos del parque para leer el diario El Caribe o para lustrar sus zapatos, las casas ricas que rodeaban la plaza, el centro cultural, la iglesia, la casa parroquial, las tiendas y “una estatua ecuestre, la del Libertador de la Patria, vencedor de los españoles, que blandía la espada con una exaltación que contrastaba con la apatía que le rodeaba”. Era Luperón, sin dudas, pero la narradora no lo dice.

La dictadura de Trujillo apenas tiene doce años. El miedo, las muertes extrañas de opositores, la constante observación del discurrir cotidiano de parte de los agentes de la inteligencia y el poder del jefe militar de la comarca, acogota los ánimos de propios y extraños. Un ex senador, médico de prestigio, ha muerto en un accidente que todos deducen falso. El ambiente está enrarecido. Por debajo, el runrún se expande. Es otro accidente más de los que fabrica la tiranía. María se instala en San Pedro con los González sirviéndole de soporte. Ella se creía feliz, a pesar de una monotonía vital que no encajaba con su espíritu vivaz. “En torno a María, los árboles seguían siendo verdes y frondosos, las flores exuberantes, el calor siempre igual, los días semejantes. Siempre igual de largos. María tenía a veces la impresión de haberse extraviado en una región del mundo donde el tiempo se hubiera detenido”. A su alrededor,  hombres y mujeres que cumplen roles diversos del diario vivir, de cotilleos pueblerinos, de amores enfangados, de creederos, credulidades, de convicciones y resistencia. Hay personajes reales: Horacio, por ejemplo, es Dato Pagán Perdomo; Ulises Tereaux, Ulisito, es el hijo de Lilís, venido a menos, escribano público a las órdenes del notario del pueblo (llegaría a ser un escritor reconocido, pero la autora no lo sabe), con quienes sus amigos bromeaban cuando en las partidas de dominó él perdía la oportunidad de dominar el juego: ¡Ulisito ha vuelto a hacer una masacre! “Era la broma de siempre. La alusión amistosa a las hazañas sanguinarias del papá-dictador”.  Y en esa corte, o en las fauces de una sociedad arrojada a los pies de la molicie, el profesor Peñalver, el capitán Diéguez, el conspirador Arévalo, Adela Villalba y su elefantiasis, Luchito Zamora y sus hazañas eróticas, el maestro Batlle, Cordelia y María, María y Julio, y más, observando el discurrir de la aldea, sobrecogidos por la visita del Jefe, leyendo las “meditaciones morales” de la Primera Dama en El Caribe, a quien un columnista de la época comparaba, en sus “cualidades literarias”, con Cervantes, Santa Teresa de Ávila, San Juan de la Cruz, Shakespeare y Goethe. Entonces, los periodistas “debían hacer más prueba de erudición y de galantería que de moderación y juicio”.

La narradora no desdeña pormenor. Junto a las formidables descripciones de sus personajes, lo mismo rememora merengue y folklore, Bécquer y el bolero de “palabras ineptas y música conmovedora”; los refranes y modismos; los pregoneros de frutas, huevos, pollos, carbón de leña; los haitianos con sus houganes y mambos, sus loas y posesiones; la brujería de Ña Graciela, la lluvia, la crítica del régimen, las compañías azucareras, la fuerza de la canícula y la vida muelle: “Día de mecedora, que en los porches de San Pedro es el vehículo que lleva lo más deprisa y lo más lejos posible a todas las direcciones del espacio, y también lo más lentamente y con la mayor agudeza a todos los rincones de los recuerdos rumiados a través de las nieblas confusas de las nostalgias”.  Y en la memoria viva, la guerra perdida y la Europa vencida por las tropas nazi, cuando cae París, Holanda, Bélgica.

Marina Ginestá es una excelente narradora y su novela se distingue por su belleza descriptiva, su escritura limpia, su seductora vitalidad y sus aciertos en el manejo de los diálogos y en la definición precisa de las características de sus personajes, sin cuyas cualidades ninguna novela puede pasar la prueba. Hasta situaciones que aprovecharía decenios después Vargas Llosa en “La Fiesta del Chivo” y que provocó en algunos histéricas reprimendas, como la nota de que “el Jefe iba a pasar todo el día en su casa de la costa con una mocita toda nueva, la hija del actual ministro de Obras Públicas”. Marina lo dijo mucho antes. Una novela sorprendente que, a pesar de haber sido publicada en nuestro país hace tres años, creemos que no ha sido abordada por los lectores dominicanos. A nuestro entender, una de las mejores novelas sobre la vida de una comarca dominicana durante la Era de Trujillo, una brillante y sagaz  narración de la corta literatura del exilio español por estas tierras y, con toda seguridad, la mejor novela sobre San Pedro de Macorís. (Sólo comparable a “Medina del Mar Caribe”, del malagueño Eduardo Capó Bonnafous, a quien María Ugarte calificó de crónica y no de novela.  Su autor la presentó como semi-novela.  Mientras Marina Ginestá vivía en San Pedro de Macorís, justo por esos años de la década del cuarenta, otro exiliado español, Capó Bonnafous, desarrollaba su vida en una colonia agrícola de San Cristóbal. Sociedad de Bibliófilos, 1986).

Marina Ginestá, que naciera en Toulouse, Francia, de padres españoles migrantes,  vivió en San Pedro de Macorís durante seis años. Emigró a Caracas en 1946. Residió en París, Bruselas, La Haya, Quito, Londres y Nueva Orleans. Murió en París en 2014 a los 95 años de edad. Jamás regresó a República Dominicana.

LIBROS
  • Expandir imagen
    Marina Ginestá, Prólogos: Bernardo Vega y Manuel Periáñez Ginestá, AGN, 2021, 355 págs. Una novela que, en otras épocas, hubiese desencadenado un alud de comentarios y de coloquios literarios. Debe leerse.
    LAS ANTÍPODAS

    Marina Ginestá, Prólogos: Bernardo Vega y Manuel Periáñez Ginestá, AGN, 2021, 355 págs. Una novela que, en otras épocas, hubiese desencadenado un alud de comentarios y de coloquios literarios. Debe leerse.

  • Expandir imagen
    Lisa A. Kirschenbaum, Alianza Editorial, 2021, 375 págs. Justo en el año en que se publicaba en Santo Domingo, “Las antípodas” de Marina Ginestá, se daba a conocer en España este gran ensayo sobre la presencia marxista en la guerra civil española, con la imagen de la joven de aquella joven de 17 años.
    EL COMUNISMO INTERNACIONAL Y LA GUERRA CIVIL ESPAÑOLA

    Lisa A. Kirschenbaum, Alianza Editorial, 2021, 375 págs. Justo en el año en que se publicaba en Santo Domingo, “Las antípodas” de Marina Ginestá, se daba a conocer en España este gran ensayo sobre la presencia marxista en la guerra civil española, con la imagen de la joven de aquella joven de 17 años.

  • Expandir imagen
    Vicenc Riera Llorca, Fundación Cultural Dominicana, 1989, 205 págs. Una de las tres novelas escritas por exiliados españoles en República Dominicana. De nuevo el año 1940 y la vida dominicana en la dictadura bajo el prisma del emigrante europeo con sus prejuicios y sus perspectivas.
    LOS TRES SALEN POR EL OZAMA

    Vicenc Riera Llorca, Fundación Cultural Dominicana, 1989, 205 págs. Una de las tres novelas escritas por exiliados españoles en República Dominicana. De nuevo el año 1940 y la vida dominicana en la dictadura bajo el prisma del emigrante europeo con sus prejuicios y sus perspectivas.

  • Expandir imagen
    Julio Martín Casas y Pedro Carvajal Urquijo, Círculo de Lectores, 2002, 277 págs. Con prólogo de Alfonso Guerra. La historia del éxodo republicano español. La diáspora de miles de hombres, mujeres y niños condenados a los caminos del exilio.
    EL EXILIO ESPAÑOL (1936-1978)

    Julio Martín Casas y Pedro Carvajal Urquijo, Círculo de Lectores, 2002, 277 págs. Con prólogo de Alfonso Guerra. La historia del éxodo republicano español. La diáspora de miles de hombres, mujeres y niños condenados a los caminos del exilio.

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    Bernardo Vega, Fundación Cultural Dominicana, 1984, 208 páginas. Los inicios del marxismo-leninismo en la República Dominicana. Un grupo de exiliados españoles introdujo la filosofía comunista en nuestro país. Trujillo vino a darse cuenta años después.
    LA MIGRACIÓN ESPAÑOLA DE 1939

    Bernardo Vega, Fundación Cultural Dominicana, 1984, 208 páginas. Los inicios del marxismo-leninismo en la República Dominicana. Un grupo de exiliados españoles introdujo la filosofía comunista en nuestro país. Trujillo vino a darse cuenta años después.

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Escritor y gestor cultural. Escribe poesía, crónica literaria y ensayo. Le apasiona la lectura, la política, la música, el deporte y el estudio de la historia dominicana y universal.