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Cuando el bla, bla, bla ya no convence

La población dominicana ha madurado, conoce a sus políticos y pocas cosas la impresionan. Nadie puede reinventarse al amparo de visiones consumidas.

El primer cumpleaños del Gobierno fue festejado por la oposición con una comparsa de comparaciones. Era obvio que el balance, sobre todo económico, no iba a ayudar a la nueva administración si en el examen no se justipreciaba el impacto del COVID-19, pandemia generadora del peor aprieto global de la historia reciente y que rebasó la crisis petrolera del 1973, la del tequila de 1994 y 1995, la asiática del 1997, la del vodka del 1998 y la de la burbuja inmobiliaria de los Estados Unidos de 2008 y 2009.

En los últimos 150 años, la crisis derivada de la pandemia del COVID-19 solo ha sido superada por la gran depresión de los años 1930-1932, así como la que anticipó la Primera Guerra Mundial en 1914 y la que siguió a la Segunda Guerra Mundial durante los años 1945 y 1946.

Basta considerar que la gran crisis financiera del 2009 produjo una contracción del PIB global de un 0.1 %, provocando que las primeras economías occidentales demoraran entre cinco y diez años para restablecer algunos de los indicadores anteriores a su ocurrencia. Sin embargo, la contracción del PIB mundial el año pasado fue de un patético 4.4 % y, en el caso de la República Dominicana, alcanzó un 6.7 %. De manera que lo que estamos viviendo no es una historieta fantástica de Marvel, es una verdadera tragedia económica con efectos todavía inconmensurables; esto sin ponderar que sus consecuencias más sensibles están por verse y que si la República Dominicana no logra una reforma fiscal que corrija oportunamente distorsiones estructurales, empezará a sentir sus inminentes trastornos.

En el mundo no se conoce una sola economía que no haya apelado al endeudamiento para solventar los déficits generados por este cataclismo económico. De hecho, la deuda pública mundial alcanzará su techo histórico cercano al 100 % del PIB global. En términos más claros: será la primera vez en la historia que la deuda pública global iguale el tamaño de la economía mundial. La Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) en un reporte de marzo de 2020 lo adelantó certeramente para la región: “El aumento de los niveles de endeudamiento como consecuencia de la pandemia pone en peligro la recuperación y la capacidad de los países para una reconstrucción sostenible y con igualdad. En todos los países de la región, sin excepción, la situación fiscal se ha deteriorado y el nivel de endeudamiento del gobierno general ha aumentado, y se espera que dicho endeudamiento se incremente del 68.9 % al 79.3 % del PIB entre 2019 y 2020 a nivel regional, lo que convierte a América Latina y el Caribe en la región más endeudada del mundo en desarrollo...”.

Esa realidad, tan aplastante como siniestra, puso en perspectiva la irresponsabilidad de algunos políticos y partidos de la oposición que quisieron ensayar con sofismas ajados y, como quien rueda una pelota a campo abierto, buscaron porfiarle a la actual administración la pericia de gestionar, como lo ha hecho, la inédita crisis que vivimos.

Esa actitud solo tiene un nombre: demagogia, sobre todo si se considera que algunos de esos críticos, cuando les tocó, tuvieron oportunidades inmejorables para reparar las torsiones de una estructura fiscal deforme, pero prefirieron huirle al precio político de tales correcciones a través de cómodos atajos. Jugaron a postergar y a derrochar. Hoy reclaman en la crisis lo que no hicieron en la estabilidad. Bueno que es así.

Es muy cómodo ahora juzgar desde la distendida vida opositora para hacer comparaciones artificiosas entre realidades asimétricas. Y es que ninguna compara- ción es justa ni razonable si toma como base la actual coyuntura. A pocos gobiernos les ha tocado iniciar su mandato con una crisis de esa profundidad. El análisis de los políticos opositores debió concentrarse en la gestión per se del trance y, si no estaban de acuerdo con su conducción, proponer alternativas o proyectar mejores resultados a partir de otros manejos, pero jamás comparar lo incomparable.

Este Gobierno ha tenido desaciertos de gerencia. Los he reprochado todos. Tiene funcionarios inorgánicos, es pesadamente burocrático, en su repentismo suele anunciar proyectos no madurados, es tan publicitario como alérgico a las redes sociales, ha mantenido prácticas viciosas de la vieja burocracia y ha cometido torpezas propias de su inexperiencia, pero de ahí a desconocer sus méritos en la gestión de la crisis sería necio e irresponsable. Se lo excuso a cualquier ciudadano, no a un político y menos si fue presidente. Rescatar simpatías abandonadas con estos argumentos no es inteligente.

Recuerdo que cuando se creó el Gabinete de Salud como órgano de coordinación funcional para administrar la crisis sanitaria se criticó el hecho de que la vicepresidenta de la República lo dirigiera porque no era una profesional de la salud. Un año después se demostró que la ejecución de las políticas públicas es un problema de gerencia y no de titulación. Hoy el país es el tercero en América Latina en cantidad de personas inoculadas con dos dosis, para un 41.8 % de su población (después de un Chile con un 69.4 % y Uruguay con 70.9 %) y con una de las tasas de letalidad más bajas de la región. Rebatir esa realidad no es serio.

Creo, sin embargo, que este ejercicio crítico puso en contexto a la oposición. La población dominicana ha madurado, conoce a sus políticos y pocas cosas la impresionan. Nadie puede reinventarse al amparo de visiones consumidas. Al contrario, si ha habido cambios ha sido en el pensamiento social. Pocos, lentos y forzosos, pero ¡cambios! La demanda de hoy es la coherencia, gerencia e integridad como bases de un liderazgo atendible.

Quienes deben adecuarse son los políticos y no la sociedad a ellos. Empezamos a reconocer diferencias y a valorar condiciones que antes eran políticamente invisibles. La domesticación social empieza a perder dominio, ya hay gente pensando por cuenta propia. Sustentar un liderazgo sobre la base de una retórica tediosa, efectista y vacía o de una crítica polizona no es sostenible. Es el momento de que los políticos se revisen porque muchos dominicanos saben lo que hay detrás de las apariencias. Engañarlos demandará lo que pocos tienen: inteligencia y creatividad, aunque en su ilusión se crean eruditos. Ese es su problema.

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Abogado, académico, ensayista, novelista y editor.