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Las aguas fronterizas y algo más (y 2)

Debemos estar juntos, pero separados. Cada uno con su derecho a decidir su destino, a labrar su futuro, y tanto Dominicana como Haití tienen ganado con creces ese derecho.

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Las aguas fronterizas y algo más (y 2)

Abimbaíto pregunta al ingeniero qué le pareció la charla de Bernard Diederich, titulada “La Isla Hispaniola frente al siglo XXI”? Responde:

—Me parece que aprecia y ama a la República Dominicana, pero quiere y ama más a Haití. Se perciben las buenas intenciones, los buenos deseos del disertante para ambos países, pero el análisis desapasionado y realista de los puntos que contiene, dirigidos en su mayoría a la creación de una mancomunidad dominico-haitiana, hacen lucir ingenuo o desinformado al expositor, cualidades que no le sientan al versado, conocido y veterano periodista y escritor.

Explíquese mejor, inquiere Abimbaíto.

—No acierto a entender lo que en el fondo pretende. ¿Acaso que consintamos vía libre y zonas francas en la frontera? ¿Que nos olvidemos de lo que en reiteradas ocasiones nos hizo Haití en sus afanes hegemónicos sobre la isla, con invasiones, destrozos, degüellos y miles de males más? ¿Que nos olvidemos de que en el pensamiento haitiano persiste la idea de la una e indivisible de Toussaint? ¿Que olvidemos las amenazas grabadas con caracteres indelebles de Dessalines: “dominicanos, no existiréis sino mientras mi clemencia se digne preservarlos”? ¿Que no veamos que el peligro de la invasión pacífica está actualmente en su plenitud? ¿Que nos olvidemos del 19 y el 30 de Marzo, de Las Carreras y de Beller y que en consecuencia reescribamos nuestro himno nacional?

Dígame: ¿Es usted ultranacionalista o un pobre diablo despistado? Reaccione.

—El señor Bernard Diederich está pidiendo algo imposible, y es que olvidemos nuestra historia, pero “los pueblos que olvidan su historia están obligados a repetirla” y como Dominicana no aspira a repetir las penalidades sufridas en la suya, no puede ni debe olvidar. Lo que sí puede hacer, sin rencores, es establecer relaciones comerciales y culturales que favorezcan a ambos países, sin menoscabo de soberanía y sin intromisiones extrañas.

Usted tiene toda la pinta de ser una persona intransigente, ¿o no lo es?

—Debemos estar juntos, pero separados. Cada uno con su derecho a decidir su destino, a labrar su futuro y tanto Dominicana como Haití tienen ganado con creces ese derecho. Y ese derecho que les asiste y tomando en cuenta la explotación inmisericorde de que ha sido objeto Haití de sus riquezas por países desarrollados, obliga a estos mismos países a asistir a ese pueblo, a ayudarlo, no con limosnas, sino con elementos de desarrollo, tecnología, a saber cómo y a tener con qué, pero allá, en su propio territorio, ayuda que para Haití habría sido oportuna y vital si hubiera empezado con los incontables millones de dólares gastados por USA, por la ONU y la OEA en su inútil y peligrosa pretensión de darle marcha atrás a la historia.

Usted presume de ser boca dura, ¿no es cierto? Le diré que eso puede crearle una mala imagen en los medios de opinión. No le conviene.

—En un mundo donde los ejemplos de separación por cuestiones raciales, religiosas, políticas y sociales están en pleno apogeo, como en Rusia, Yugoeslavia, Checoslovaquia y en otros pueblos que tienen miles de años de historia, en donde la sangre corre a raudales en la búsqueda de autonomías regionales, hay países desarrollados que para resolver sus propios problemas de una inmigración indeseable, maquinan, traman la integración de dos pueblos disímiles en lengua, cultura e idiosincrasia como son Haití y Dominicana, que tienen menos de doscientos años de historia.

Eso es lo que usted dice. Las cosas parecen ir en otra dirección. La globalización tiende a integrar al mundo. Cada aldea es un universo con acceso inmediato a los canales de comunicación. En ese sentido no hay diferencias.

—Estoy en condiciones de asegurarle a Bernard Diederich, con todo el respeto que merece, que los dominicanos solo aspiramos a seguir siendo dominicanos, a vivir en paz sin injerencias extrañas, “o se hunde la isla”, y que Dominicana no desea en modo alguno ser el Décimo Departamento de Haití como tampoco tiene aspiraciones de que Haití sea, en algún momento, una provincia dominicana. ¿Puede Mr. Diederich garantizar que la mayoría de los haitianos piensan de igual o similar manera?

P.D. Entrevista imaginaria realizada al ingeniero Salvador Dájer, fallecido, sacada de artículos suyos de finales del siglo pasado contenidos en el libro El agua es única, prioridad sin paralelo. Esas opiniones del ingeniero Dájer, expresadas con valentía y sentimiento patriótico, no han perdido vigencia a pesar de los años transcurridos desde su emisión. Deberían servir de reflexión al liderazgo nacional.

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Eduardo García Michel, mocano. Economista. Laboró en el BNV, Banco Central, Relaciones Exteriores. Fue miembro titular de la Junta Monetaria y profesor de la UASD. Socio fundador de Ecocaribe y Fundación Siglo 21. Autor de varios libros. Articulista.