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Redes Sociales

Reto para audaces (2)

Hasta organismos como el Banco Mundial y el BID influyen para que los gobiernos se endeuden con objeto de comprar tiza, pintar paredes, cubrir salarios, pagar intereses.

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Reto para audaces (2)

Desde aquellos años transcurridos desde los gobiernos de Antonio Guzmán y de Joaquín Balaguer hasta nuestros días, el sentido de Estado y el comportamiento ético ha ido diluyéndose por el afán clientelar que corrompe las buenas costumbres. Los grandes sueños de transformación presentes en generaciones de dominicanos han caído al precipicio más profundo.

El “dame lo mío” y, a cambio, “cuatro años más”, se ha impuesto como motivador del quehacer político. La grandeza de miras ha devenido en miopía. El reparto del pastel rebosa de aspirantes.

Del ejercicio de gasto corriente frugal y la acumulación de ahorro para financiar el grueso de la inversión pública, se ha pasado a su sobredimensionamiento y uso superfluo, al abultamiento de la nómina, a las compras amañadas, a la desaparición del ahorro, a la minimización de la inversión.

De la precaución y moderación en el uso del endeudamiento externo, se ha incurrido en su uso masivo, ligero, irreflexivo, anonadante.

A este resultado ha contribuido el redescubrimiento de los bonos soberanos como mecanismo expedito de endeudamiento. ¿Para qué ahorrar si es más rápido y contundente colocar bonos soberanos en el mercado de capitales?

Hasta organismos como el Banco Mundial y el BID influyen para que los gobiernos se endeuden con objeto de comprar tiza, pintar paredes, cubrir salarios, pagar intereses. A esos fines han concebido la facilidad de “apoyo presupuestario”, incitación al endeudamiento innecesario, irresponsable.

A conformar esa cultura de funestas consecuencias también ha contribuido la coyuntura que en 2008 afectó las hipotecas subprimes y la crisis financiera que la acompañó, pues los organismos financieros internacionales no dudaron en estimular y en exigir a países como el nuestro que se endeudaran para evitar el colapso de la demanda mundial.

Entre una cosa y otra fue descorriéndose el velo de timidez que moderaba el endeudamiento externo de nuestro país, hasta entonces sometido a las exigencias de presentación de proyectos de inversión, provisión de rigurosas contrapartidas, supervisión y cubicación de las obras.

Se desvaneció el sentimiento de vergüenza asociado a la pérdida de la soberanía en 1916. Esa fatalidad dio lugar a un proceso de endeudamiento desconectado de las prioridades del país.

En estos tiempos de predominio de las redes mediáticas, en que ya no se sabe en dónde empieza la verdad y termina la mentira, el mundo camina de desequilibrio en desequilibrio, de rescate en rescate, acumulando burbujas, una tras otra, hasta que alguna conmoción catastrófica restablezca la prudencia y retorne el buen sentido, porque ni en escala global, ni mucho menos local, es posible vivir para siempre del préstamo y del perdón.

Como si lo anterior fuera poco, el “dao”, disfrazado de políticas sociales, creado con propósitos de permanencia en el poder, es decir, clientelares, pues eso y no otra cosa es, se ha expandido como reguero de pólvora.

Los recursos jamás alcanzarán para lo necesario mientras se desvíen hacia el “dao” y hacia la contratación de botellas por méritos de campaña.

Al “dao” público se agrega el “dao” de las remesas, originadas en la expulsión de dominicanos de su nación por falta de coraje de la clase dirigente para enfrentar problemas esenciales, con su efecto de sustitución por haitianos indocumentados, todo lo cual afecta el mercado de trabajo, abarata el salario, impulsa lo informalidad, deprime la fiscalidad y erosiona la dominicanidad.

Hasta ahí hemos llegado en un proceso en que están comprometidas, por activa y por pasiva, las cúpulas política, empresarial y sindical, porque echar la vista a un lado para no ver lo que está pasando, o aprovechar en favor propio las desventuradas circunstancias, no es camino a la redención.

Las consecuencias de todo esto son más que visibles: la creación de una clase parasitaria que no encuentra motivación en el trabajo, pasto ideal para el vicio, la vagancia y hasta el delito. El desorden desenfrenado que corroe los cimientos de la sociedad, pues ante la erosión de los valores cualquier truculencia es explicable. Y la pérdida gradual de los atributos esenciales de la dominicanidad y de la soberanía.

Y estas no son banalidades. Las normas de buen gobierno tienen que ser restablecidas para ganar legitimidad y recuperar el orden social, basados en el cumplimiento de la ley y en la administración escrupulosa y racional de los recursos.

Todo eso y mucho más es lo que hay que remediar, arreglar, reformar, con urgencia y determinación, sin mezquindades. Es un asunto de tanta trascendencia que casi pudiera decirse que está en juego el destino de la nación.

TEMAS -

Eduardo García Michel, mocano. Economista. Laboró en el BNV, Banco Central, Relaciones Exteriores. Fue miembro titular de la Junta Monetaria y profesor de la UASD. Socio fundador de Ecocaribe y Fundación Siglo 21. Autor de varios libros. Articulista.