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Belleza y fealdad, sinónimos

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Belleza y fealdad, sinónimos

La belleza está en el ojo de quien la mira. En el oído de quien la escucha. En el sentido que la percibe. La belleza traza un laberinto de admiración, de gozo, de sensaciones, de placer. Algunos afirman que hay una belleza física y una belleza espiritual. La que se ve en el cuerpo, en el rostro, en los elementos observables. Y la que se constata en los efluvios del alma. Hay modelos de belleza que sufren la variabilidad del tiempo y que se someten al rigor de la apreciación social. Y los hay que son establecidos por condiciones humanas específicas y hasta por tradición geográfica y étnica. La belleza es, pues, múltiple y dependerá su aprobación de razones, pasiones, miradas y sensibilidades muy variadas. La cultura juega aquí un rol. La belleza está en el ser humano, pero también en el ser espiritual, en la naturaleza, en aquel paisaje que transformó el momento en ensoñación, en la obra de arte que deslumbra nuestros sentidos. Platón estableció sus patrones de belleza. Y Aristóteles proclamaba que “la belleza vale más que cualquier carta de recomendación”, lo que hoy es discutible y excluyente, aunque el pensamiento aristotélico planteaba una verdad incuestionable hasta tiempos recientes, tal vez hasta hoy.

La fealdad es una belleza referente. La fealdad no es irregular ni debe su secreto al hecho de no suscitar interés, como lo aseguraba Ralph Waldo Emerson. La fealdad es otra característica de la condición humana o artística –cada una desde parámetros muy particulares- que tiene condición relativa. Nos puede parecer fea una raza, un objeto, una expresión, un sonido musical, una obra de arte. Pero, cualquier razonamiento sobre “esa” fealdad estará condicionado por el momento, por el examen que la realidad establezca o por la misma observación que en la mirada se asiente. George Bernard Shaw escribió que “en un mundo donde hay fealdad y desdicha el hombre más rico no puede comprar nada más que fealdad y desdicha”. Probablemente no se equivocaba, porque el comediógrafo irlandés no hablaba de la fealdad de los objetos o de la persona humana, sino de la fealdad del mundo, del alma negra de los hombres, de las infamias y las desigualdades y los escarnios que sufre la humanidad en una sociedad o en un momento histórico específico. En un ambiente donde reina la fea condición de la injuria, del placer mefistofélico, de las honduras del odio y de la frustración, ni el más acaudalado de los hombres puede adquirir nada diferente.

Ni la psicología ni la retórica –afirmaba Borges- pueden descifrar el misterio hermoso de la belleza. Y no hay fórmula que pueda establecer un canon de la belleza, a menos que no provenga de las “revistas del corazón” o del sentimiento inexacto de la emoción prefijada. Una raza, cualquiera que sea, guarda sus patrones de belleza propios y desde su óptica geográfica, desde su físico expresivo, desde su movimiento sensitivo, crea su propio espacio de belleza. En Finlandia, China, India, Marruecos, África, Nepal o el Caribe, hay una belleza explícita que cada modulación racial establece, y desde sus coordenadas se construye la belleza nacida y desarrollada en su entorno. El mundo está lleno de negros, blancos, amarillos, mulatos, indígenas, jabaos o jojotos. Y la belleza estará siempre en el ojo que mira, no en la falsa realidad que nos enseñan. La belleza depende de la apreciación que del objeto haga el sujeto, según el pensar subjetivista. Por eso, cada cual crea su propio patrón de belleza. Al contrario de los objetivistas que explican la belleza señalando que es inherente al objeto que se reconoce como bello. Son planteamientos desemejantes que, en nuestro tiempo, comienzan a ser obsoletos. Rebatibles, en todo caso. La belleza es el objeto que la mirada define o que la ausencia de prejuicio moldee o que la educación en los valores de la condición humana fomente como cultura inclusiva contra la desfiguración racial y la falta de percepción de lo bello como razonamiento de lo físico y de lo artístico.

El pensamiento socrático y platónico, que tanto se ocuparon del tema, es, como anota Umberto Eco, de carácter sectario. Sócrates hizo su propia clasificación: la belleza ideal, la belleza espiritual y la belleza útil o funcional. La primera se observará en la naturaleza, la segunda se mira desde adentro, desde el alma, cuando la mirada observa la interioridad. La tercera se explica por sí sola. Es el uso y abuso de la belleza como bastión mediático para el deslumbramiento y la fama. Platón, que según Eco, es quien crea las dos concepciones más importantes de la belleza, la percibe como la “armonía y proporción de las partes”, y desde su esplendor, con existencia autónoma, distinta del soporte que accidentalmente la expresa; por eso ha de afirmar que ha de resplandecer en todo lugar.

En este sentido, lo feo será necesario para la existencia de la belleza, y me parece entender que ambas poseen las mismas características. Lo feo es una estrategia de la mirada, se asienta en lo físico como en lo espiritual, es un accidente de la condición humana, de la naturaleza y del arte, y por tanto lo feo puede ser representado por lo bello. La sinonimia resulta evidente. Lo que pueda parecerte bello estruja los sentidos de otras miradas. Lo que defines como feo resplandece en el ojo que mira lo contrario. Lo bello y lo feo se unen necesariamente, y uno y otro se necesitan para existir y constituirse en un planteamiento de la realidad, objetiva o subjetiva.

En el pensamiento incluyente de nuestros tiempos, hay que desestimar la falsa razón de lo bello y de lo feo. Las razas cada vez más se entremezclan; la naturaleza ofrece sus episodios de estrépito y asombro para mostrarnos que desde sus movimientos terribles surge la belleza que explota nuestros sentidos; el arte expresa desde lo feo una condición de belleza que exige ser descubierta por la mirada; el mundo, desde la muchedumbre, en el acopio de sus realidades contradictorias, en el imaginario que la gente crea, en la sensibilidad que las proporciones dejan asentadas en las formas, va dando igual lugar a lo pretendidamente feo y a lo presuntamente bello. Fealdad y belleza son accidentes de la realidad que no se contradicen ni se muestran reacios al entendimiento.

La obra de arte tiene esa condición que la misma realidad humana oferta. Las denominadas “bellas artes” lo son desde el movimiento noble, espléndido, reluciente, de la danza, una auténtica belleza de las formas y sus atributos; o desde la viva realidad de la configuración dramática con todo lo que el teatro encarna y desmitifica; con la viva y ensoñadora realidad de la música que, desde todas sus vertientes, deja aflorar la riqueza de su impronta y el despertar de los sentidos; o la pintura, la escultura, el dibujo, la arquitectura, expresiones donde se conjugan la sensibilidad, la imaginación, el estruendo de los colores, las imágenes y las figuras. Pero, esas “bellas artes” confluyen –en unas mucho más que en otras, especialmente en la plástica- los dos accidentes que se forjan en la realidad humana: lo feo y lo bello. Pero, como extracción de la vivencia del hombre sobre la tierra; como materia de la creación artística y la dimensión psicológica del creador en el momento en que traza sus elementos; como expresión de la contradicción entre ambos accidentes. Por esas razones, arte, humanidad y naturaleza corren parejas en la evaluación de la sinonimia descrita. La mirada, el ojo que ve, será siempre el que determine la verdad. La propia y unilateral verdad. La relatividad cobra aquí su rédito. Puck, el personaje shakesperiano de Sueño de una noche de verano, me lo confirma: “Todo es relativo en la vida. El clavel es mucho más bello que un repollo, pero probad a hacer una sopa con un clavel”.

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José Rafael Lantigua, escritor, con más de veinte libros publicados. Fundador de la Feria Internacional del Libro de Santo Domingo, miembro de número de la Academia Dominicana de la Lengua, correspondiente de la Real Academia Española. De 2004 a 2012 fue ministro de Cultura.