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La verdadera educación

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La verdadera educación (FUENTE EXTERNA)

Me había invitado uno de los galardonados y acudí gozoso aquella tarde de este último marzo al Teatro Nacional para la ceremonia de los doctorados Honoris Causa que la Universidad APEC otorgaba a cuatro destacados dominicanos: María Amalia León, Frank Rainieri, Elena Viyella y Manuel García Arévalo. Una ceremonia bien organizada y en la que el rector Franklyn Holguín Haché puso sin duda un gran empeño personal. Son ellos cuatro ciudadanos meritorios, con páginas de mucho éxito en su historia personal y estrechamente ligados a una institución educativa que, impulsada por el sector privado, ha provisto a nuestra sociedad de recursos humanos de calidad.

Sigue siendo, la educación, la gran asignatura pendiente. Desconfiaba del planteamiento simplista de que se trataba de un problema de recursos y que el aumento generoso del presupuesto público del sector sería la solución. De Educa, precisamente ligada a APEC, han salido evaluaciones que demuestran las incongruencias en el uso de los multimillonarios fondos presupuestarios y, si no estábamos mejor antes, hemos avanzado muy poco. En definitiva, es mi conclusión, urge repensar la educación dominicana, dotarla de un sentido diferente y convertirla sin más dilaciones en la fuerza dinámica que contribuya a transformar la sociedad dominicana.

Tarea ímproba necesitada de aliento colectivo, de mentes capaces de aportar nuevas ideas, que entiendan cuánto importa fertilizar las raíces del sistema con otros nutrientes. En la ceremonia de APEC y el reconocimiento al compromiso cívico de cuatro ciudadanos a quienes valoro, escuché una de las reflexiones más sensatas y certeras sobre la verdadera educación. Me quedé con ganas de más, y me valí de un amigo común para pedir a María Amalia León que me facilitara una copia de su discurso, reproducido más abajo casi en su totalidad:

“Debo comenzar mis palabras reconociendo a Acción Pro-Educación y Cultura, de venerable tradición en la historia académica dominicana que, por cerca de sesenta años, ha sido una de las más extraordinarias iniciativas educativas y culturales que ha tenido nuestro país. Enfocado trabajo con diferentes públicos, siempre a favor del desarrollo social de esta nación, a través de sus instituciones filiales como la que hoy nos distingue.

“Soy educadora, de formación, profesión y vocación de vida. Todo lo que pueda saber de pedagogía ha estado vinculado a esas cuatro décadas que he dedicado a las aulas, sagrado espacio donde se fragua el presente y el porvenir. Luego, durante los diez últimos años he estado inmersa en el reto maravilloso, junto a un equipo comprometido en crear, recrear y dirigir un trabajo museográfico, en las honduras de las identidades que nos conforman como dominicanos y la gestión social de la cultura, tanto en el Centro León, la Fundación Eduardo León Jimenes y su emisora Raíces.

“Porque creo que es al trabajo educativo y cultural que, por generosidad de las autoridades de UNAPEC se procura reconocer hoy a través de mi persona, es desde ese oficio de educadora y gestora cultural que quiero en esta ocasión compartirles humildemente algunas ideas sobre la relación entre cultura, educación y economía, triángulo que, de alguna manera, es un afortunado punto en común con UNAPEC.

“La Cultura lo es todo, memoria e imaginación. Hilván del ayer y de hoy, de lo que somos y lo que estamos en proceso de ser. Tangibles e intangibles que nos definen, nos distinguen y unen, que aprendemos de quienes nos acogen en la vida, sea la familia, el contexto escolar o social, estamentos del entramado de una nación.

“Los primeros años marcan grandemente el derrotero de la existencia humana. Un país para ser productivo necesita de mujeres y hombres bien tratados, desde su primera infancia hasta sus últimos días de vida. Cuando niños, necesitan que sus padres tengan empleos dignos que les permitan obtener los medios para poder alimentarlos y cuidarlos adecuadamente.

“Entonces la escuela, una escuela que enseña a comunicarse, a construir con el entorno expectativas comunes, a entender que se vive con otras personas, a descubrir la otredad. Una escuela que enseña a ubicarse en el espacio y en el tiempo para convertirles en socios del proyecto comunitario del cual forman parte. Una escuela que dé las herramientas para leer el mundo, pero también para escribirlo. Esa escuela que, en adición a una base sólida de los fundamentos del aprendizaje, mantiene despierta siempre la curiosidad por aprender. Una escuela que inspire y les aporte lo que los entornos familiares no puedan darles.

“Luego vienen los otros conocimientos, ya más técnicos, que nos enseñan a hacer las labores de carácter profesional y donde se aspira a una superación continua, personal y colectiva con ampliada conciencia cívica.

“En algo debemos estar claros: la escuela fue hecha para enseñar a los pequeños a adaptarse a la sociedad en la que crecen, pero no necesariamente para transformarla. El cambio social se produce cuando el liderazgo de una nación, es decir, su clase dirigente política, económica, intelectual e incluso religiosa, actúa en coherencia con los ideales que la sociedad persigue. Y por cascada, esos cambios en las formas de hacer son aprendidos como legítimos por el resto de la población. De ahí, la responsabilidad que tienen los líderes de un país. Porque cada acción de ellos es vista y aprendida como el modelo a seguir por la sociedad.

“El segundo elemento que creo indispensable a la hora de poder generar mujeres y hombres creativos y comprometidos con sus responsabilidades profesionales y ciudadanas es la inclusión de las humanidades en nuestros centros de enseñanza. Cómo esperar tener un desempeño de espíritus luminosos, si antes no se ha destinado el suficiente tiempo, recursos, y, sobre todo, y, sobre todo, la merecida importancia al cultivo del saber, algo muy diferente a lo que usualmente se consideran conocimientos (necesarios, pero no suficientes). La sabiduría se refiere a esa observación fina y contemplativa, que no solo nos enseña a qué hacer con lo que conocemos, sino que nos prepara para poder comprender el mundo más allá de nuestras vicisitudes o fortunas. Es esa lucidez que permite la trascendencia hacia una mejor convivencia.

“Por ejemplo, importantizar la literatura, esa historia moral de la humanidad, pórtico de entrada hacia el interior de sentimientos y emociones, que nos permite conocernos más y mejor. Importantizar la historia que nos provee una visión general de las verdaderas y falsas rupturas o continuidades del trayecto humano, generando en nosotros un espíritu crítico del presente. Importantizar las artes, sean escénicas, visuales o musicales, las cuales nos introducen en el trabajo de la imaginación, alimentando las posibilidades creativas de nuestros espíritus.

“Sensibilidad, pensamiento crítico, creatividad, compromiso y sentido de comunidad, he aquí los cinco conceptos que me parecen significativos para enrumbar nuestro país por un sendero productivo de paz social, desarrollo material y moral, generando así prosperidad autentica y sostenida civilización democrática.

“Cuánto nos urge convocar voluntades genuinas con más esencias que apariencias, donde cada uno se asuma como un maestro itinerante de sus más altos ideales, aplicados a su quehacer cotidiano. Pasando así, de ser simpatizantes a militantes que abrazan su cultura como su mayor riqueza”.

En la semioscuridad del Teatro Nacional, apartados uno del otro por el protocolo sanitario contra la covid-19, sentí de pronto que se había hecho la luz y de que la reflexión de María Amalia había roto distancias.

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Aníbal de Castro carga con décadas de periodismo en la radio, televisión y prensa escrita. Se ha mudado a la diplomacia, como embajador, pero vuelve a su profesión original cada semana en A decir cosas, en DL.