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Manuel de Jesús Galván, cuestionado

Hace alrededor de ?Hace 139 años que Manuel de Jesús Galván publicó su gran novela Enriquillo, aunque sabemos que tres años antes, en 1879, había dado a conocer la primera parte por sugerencia de Francisco Gregorio Billini, el autor de Baní, o Engracia y Antoñita, uno de los clásicos de la novela dominicana que, por cierto, su autor no la publicaría hasta tres años después de aparecer la obra de Galván, o sea en 1892. Desde entonces, Enriquillo, subtitulada Leyenda histórica dominicana, ha sido objeto de variados elogios y también motivo de encendidos debates, algunos menospreciativos.

Lo que no habíamos tenido, hasta el momento, es un estudio a fondo de Galván, de su vida personal, sus intereses políticos, su carrera en el funcionariado nacional y su servicio a la corona española, justo en los tiempos de la anexión y el proceso restaurador. Algo se había dicho, pero se procuraba pasar por alto o, tal vez, no se tenían a manos las informaciones sobre sus ejercicios de vida, que, a mi parecer, no opacan su obra literaria. Son numerosos los escritores de gran renombre, antiguos, modernos o contemporáneos, cuyas vidas en un sentido o en otro estuvieron marcadas por derroteros ideológicos o políticos, conductas cuestionables o, simplemente, puras debilidades humanas, y esas realidades no ensombrecen sus trayectorias literarias. Franklin Gutiérrez, sin embargo, ha escrito un gran ensayo que procura retratar, hasta en los más mínimos detalles, la vida de Galván, cuestionando a su vez la verosimilitud del personaje principal de su novela, una inquietud investigativa y analítica del autor que se manifestó, por primera vez, hace veintidós años con su ensayo Enriquillo: radiografía de un héroe galvaniano (1999). Gutiérrez se centra, esta vez, en el autor, como antes lo hizo en el personaje de la novela fundamental de nuestra historia literaria.

Galván es, sin dudas, un tipo interesante y, de veras, con sombras, pues –al leer a Gutiérrez- no quedan dudas de que vivió con intensidad los espacios de su tiempo histórico, tomando partido en contra o a favor de intereses y situaciones puntuales de la historia de su época. Todo Galván, desde sus orígenes –un padre no claramente determinado, pero que Gutiérrez identifica con nombre y apellidos- hasta su carrera profesional y su presencia en la administración pública, están examinados por el ensayista con pormenores que me atrevo a calificar de irrebatibles, debido a que están fundamentados en documentos y en una investigación que se internó en todos sus vericuetos de vida, tan sorprendentes como llena de altibajos de distintos matices. Galván fue una personalidad muy activa. Fundó sociedades literarias, ejerció el periodismo, fundó y dirigió diversas publicaciones, fue diputado, llegando a ocupar la jefatura de la cámara legislativa, creó un partido político, fue uno de los sesenta candidatos a la presidencia que enfrentó a Ulises Francisco Espaillat (sólo obtuvo 8 votos), presidió la Suprema Corte de Justicia durante seis años, aceptó, o diligenció, carteras en distintos gobiernos (siendo su favorita la de Relaciones Exteriores que ocupó cuatro veces), fue empresario privado, fundando una compañía (Ferrocarril de Santo Domingo) en sociedad con Ulises Heureaux, Francisco Gregorio Billini y Casimiro Nemesio de Moya, encabezó la comisión que ordenó la construcción del mausoleo donde fueron depositados los restos del Almirante de la Mar Océana en la Catedral Primada y se encargó del proceso de traslado de los mismos (hoy, ese mausoleo se encuentra junto a los mencionados restos en el Faro a Colón, de cuya junta erectora fue miembro), fue uno de los iniciadores de los corchos-burocráticos que consiguen posiciones en todos los gobiernos (con Espaillat, Woss y Gil, Cesáreo Guillermo, Gregorio Luperón, Buenaventura Báez, con Santana, de quien fue su secretario personal, aunque con Meriño no logró entenderse pues resulta evidente que eran dos personalidades contrapuestas), fue amigo de las principales figuras intelectuales y políticas de su tiempo, aunque con algunos llegó a enemistarse, se exilió en Nueva York y desde allí escribía sobre los libros de escritores dominicanos y, finalmente, se estableció en Puerto Rico ejerciendo diversos puestos públicos y donde murió el 12 de diciembre de 1910, siendo traslados sus restos a Santo Domingo siete años después de haber estado sepultados en el cementerio Santa María Magdalena de Pazzis, en la capital boricua, y enterrados en la Catedral, donde se encuentran actualmente. Vida tan intensa y, casi diría, desbordada, la han tenido pocas figuras históricas del país.

Astuto para diligenciarse posiciones políticas de relieve y hábil para salir airoso en todas las situaciones difíciles que se les presentaban, Galván tuvo una abierta vocación hispana que lo llevó a manifestarse decididamente a favor de la anexión a España, a continuar siendo aquí y en Puerto Rico un defensor virulento de la corona y, en consecuencia, a convertirse en un santanista fanático. Y esta postura política lo llevó a cometer excesos (baleó en una manifestación a un antisantanista) y a expresarse como un conservador que creía firmemente en la anexión a España. Alguna vez, cuando la guerra restauradora aniquilaba a las tropas españolas, Galván, acostumbrado a buscar la sombra donde se cubrían los triunfadores, pudo cambiar de bando escribiéndole a Luperón, pero este, que al parecer lo conocía bien, no le hizo caso. Franklin Gutiérrez escribe un ensayo cuyo valor más contundente son sus pruebas documentales, a la que debo agregar las múltiples revelaciones de interés que oferta su obra, al margen de la historia misma de Galván, lo cual enriquece el ensayo convirtiéndolo en un referente cultural.

Gutiérrez realiza un ataque frontal contra Galván. Lanza al terreno de los cuestionamientos al escritor toda una infantería demoledora. Dato a dato, conocemos a un Galván que, en su ejercicio de vida, espoleó intereses personales y descuidó valores éticos, pero que, sobre todo, estuvo en contra de los intereses nacionales y, junto a Pedro Santana, que fue, en definitiva, su líder político, se inscribió entre los defensores sin variantes del anexionismo, y posteriormente continuó defendiendo a España desde Puerto Rico –todavía un pueblo donde la esclavitud no había sido abolida- que siguió siendo parte del imperio español. Valga este dato: justo el 2 de mayo de 1861, cuando José Contreras y un grupo de seguidores se insubordinan atacando la fortaleza de Moca, en la primera protesta armada contra la anexión, Galván fundaba ese día el semanario La Razón, destinado a defender la política anexionista de Santana y a “fustigar sin piedad a cualquier individuo o grupo político-cultural adverso al programa de los anexionistas”.

Bajada de su pedestal la figura del escritor y político, tocaba al ensayista volver a cuestionar la historia del personaje de su gran novela. Gutiérrez niega la historicidad de Enriquillo y duda de las cualidades y el heroísmo que le atribuye Galván. La novela tuvo grandes intelectuales que defendieron y exaltaron sus atributos: desde José Joaquín Pérez –quien, por cierto, fue antianexionista-, autor del prólogo a la primera edición de Enriquillo, quien compartiría con Galván, por su Fantasías Indígenas, el cetro del tema indigenista en América, hasta Pedro Henríquez Ureña, José Martí, Francisco Gregorio Billini, Manuel de Jesús de Peña y Reinoso, Max Henríquez Ureña, Manuel Arturo Peña Batlle (quien polemizó con fray Cipriano de Utrera, quien a pesar de que otorgaba valor a la obra, quiso establecer –correctamente- la diferencia entre el Enriquillo histórico y el Enriquillo de la ficción), Enrique Anderson Imbert, Concha Meléndez, Emilio Rodríguez Demorizi, entre otros. Gutiérrez admite su trascendencia, acepta que sea nuestro principal monumento literario, como nos enseñaron desde la escuela, pero subraya yerros en el argumento de la narración y enfatiza los contrastes entre lo fictivo y lo real, aspectos que han enunciado antes otros autores en esta ya eterna polémica a favor o en contra de Enriquillo. A nuestro juicio, Enriquillo es una novela fundada en la ficción con una base documental variable. Es la creación no de un mito social o político, sino de un mito histórico. Franklin Gutiérrez construye un ensayo de precisa argumentación, asume una investigación sagaz, vigorosa, inteligente, con reparos al escritor y hasta con cierta valentía al enfrentar la historia de vida de un clásico dominicano. La de Galván fue, sin vueltas, una historia revuelta. El Enriquillo, una obra que pudo caminar por otros ruedos, pero que, aún dentro de la dirección que asumió Galván cumplió su cometido. Jacinto Gimbernard escribió: “Enriquillo es una ágil, bien hilada y excelentemente escrita novela romántica, que trasciende el cuadro y el ámbito indigenista. El cual es extremadamente complejo. E inevitablemente árido”.

El ensayo de Franklin Gutiérrez se completa, aparte de sus anexos, con una casi desconocida enumeración de las ediciones que ha tenido Enriquillo en diversas lenguas, hasta en ruso, todas en su poder. Así como un correctísimo regaño a editores que han realizado, y siguen realizando, ediciones resumidas de la obra de Galván con fines escolares.

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José Rafael Lantigua, escritor, con más de veinte libros publicados. Fundador de la Feria Internacional del Libro de Santo Domingo, miembro de número de la Academia Dominicana de la Lengua, correspondiente de la Real Academia Española. De 2004 a 2012 fue ministro de Cultura.