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Guerras
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La democracia no se impone

Estados Unidos ha sufrido otra terrible derrota en sus cuestionables intenciones de imponer su modelo político, económico y social en países con culturas milenarias, que han optado por tomar rutas distintas a lo que se conoce como el “American way”.

El más reciente fiasco ha ocurrido en Afganistán, donde tras 20 años de guerra, los estadounidenses han tenido que recoger sus motetes militares y largarse con la cola entre las piernas, como le pasó en Vietnam, Irán, Libia, Somalia, los Balcanes y el propio Irak.

Donde Estados Unidos ha metido la mano desde mediados del siglo pasado, las cosas no han ido bien. Sus cruzadas en nombre de la democracia, que en realidad ocultan sus intereses en los recursos naturales o estratégicos de las naciones intervenidas, no han acabado bien en casi todos los casos, excepto en Panamá y Granada, sumado a uno que otro caso.

El uso de la máquina de guerra más poderosa del mundo no ha sido para nada efectivo, mientras vemos que la diplomacia o el uso de la guerra fría, como se hizo con el bloque socialista, sí rindieron frutos para los planes estadounidenses.

En Afganistán se ha cometido un error tras otro, como pasó en Irak, una guerra que degeneró en la forma del Estado Islámico. Lo peor de todo es que este fracaso deja claro a sus aliados que confiar en Estados Unidos tiene sus riesgos y que a la hora de la verdad, desde la Casa Blanca los dejarán solos, si la conveniencia política así lo dicta.

Hace unos años estuve en Jordania. Allí me reuní con un grupo de jóvenes emigrados desde Irak. Ellos me hablaban de cómo Estados Unidos era incapaz de comprender esas culturas milenarias, de la importancia para ellas del caudillo y de que los modelos cuasi feudales se sostengan para que el orden, a su estilo, prevalezca.

Uno de ellos, el más elocuente e inteligente de todos, me insistió en que Sadam Hussein era el mejor de los males, porque era un mal conocido. Me dijo que “the americans” llegaron a romper un orden que pendía de los hilos tejidos por siglos y que todo se quebró, porque Estados Unidos no acaba de entender que “la democracia no se impone”.

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Periodista puertorriqueño y Subdirector de Diario Libre. Ganó el Premio Nacional de Literatura Puertorriqueña, Categoría Periodismo, en 2018, por sus columnas en el periódico El Nuevo Día, del cual fue Director Asociado.