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¿La convergencia efímera?

Durante las seis últimas décadas, la economía dominicana ha venido cerrando brechas con respecto a otras economías de referencia, como los Estados Unidos o América Latina y el Caribe. En 1960, el producto per cápita de los Estados Unidos era equivalente a 14 veces el producto per cápita dominicano; en la actualidad, un estadounidense tiene, en promedio, un ingreso equivalente a 7 veces el dominicano. La convergencia con América Latina ha sido igualmente destacable: todavía a principios de los noventa, el ingreso per cápita dominicano representaba menos de la mitad del ingreso per cápita promedio de la región, pero la relación creció de forma sostenida hasta situarse alrededor de 90%. En particular, el ingreso promedio del país sobrepasa o bien representa un nivel cercano al ingreso de casi todos los países latinoamericanos, con la notable excepción de Chile (que duplica el ingreso per cápita del país) y, en menor medida, Uruguay, Panamá y varias islas caribeñas de pequeño tamaño pero de ingresos relativamente altos. Las cifras pueden variar según el criterio que se adopte para homogenizar las cuentas nacionales, pero el resultado anterior es claramente encomiable.

¿Cuál es la explicación de la tendencia observada? En un sentido numérico, por supuesto, la respuesta es trivial -la convergencia con los demás países refleja una tasa de crecimiento más alta en el caso dominicano. Por ejemplo, desde 1960 hasta hoy, los Estados Unidos crecieron a un ritmo per cápita alrededor de dos puntos porcentuales por debajo del ritmo dominicano, mientras los países de América Latina lo hicieron a un ritmo todavía menor. En un sentido más relevante, las evidencias recogidas en diversos estudios a lo largo del tiempo indican que el país ha realizado un esfuerzo de inversión considerable, especialmente en la forma de capital físico. Durante el periodo 1990-2020, la inversión dominicana promedio más de 27% del Producto Interno Bruto, pero el promedio de la región latinoamericana rondó un 20%. En adición, la inversión dominicana se ha producido en un contexto de estabilidad pocas veces interrumpida, a diferencia de otros países -como el vecino Haití- que han realizado una inversión considerable como porcentaje de la producción pero no han logrado crear un ambiente propicio para que la misma rinda frutos. Por tanto, si bien un proceso de crecimiento es siempre resultado de innumerables ingredientes, no caben dudas de que la combinación de inversión y estabilidad ha sido una parte importante de los desarrollos en el frente local.

Una segunda pregunta es, ¿a dónde nos llevan las tendencias observadas? En este punto, es necesario que los resultados descritos sean colocados en una perspectiva más amplia. Si las tasas de crecimiento de todos los países se mantuvieran invariables, el ciudadano dominicano promedio alcanzará rápidamente el estándar de vida latinoamericano (que, lamentablemente, ocupa una posición baja en el contexto global) pero todavía tardaría más de cien años para igualar el ingreso per cápita chileno y 194 años para alcanzar el nivel de vida del residente en los Estados Unidos. Por tanto, aún en el caso de que nuestras pretensiones sean más modestas, tendremos que andar un largo trecho, si queremos que nuestros hijos y nietos disfruten de los beneficios del desarrollo en una medida similar al de algunos vecinos mejor posicionados.

Los argumentos previos permiten inferir que la economía dominicana necesitará más y mejor inversión a lo largo del futuro previsible. Eso es claramente realizable pero no recomiendo ignorar algunas amenazas. Entre ellas, se observa que los niveles de inversión muestran una cierta tendencia a reducirse en los años más recientes como proporción del PIB, junto a una reducción todavía de mayor proporción en el ahorro interno. La contraparte de esos dos elementos es un aumento en los niveles de consumo y un déficit creciente en la cuenta corriente, a medida que el país recurre al ahorro externo y a un buen influjo de remesas para financiar sus niveles de gasto. Si esas condiciones se prolongaran, el panorama de mediano plazo traerá riesgos cada vez mayores de una parada brusca. La experiencia de 1985, un año en que el ingreso retrocedió a su nivel de dos décadas atrás, no debe ser olvidada, y es interesante imaginar los mundos posibles sin tal reversión.

La tarea pendiente no es fácil, pues el panorama obedece a diversos factores estructurales, entre los cuales destaco unos cuantos. Por un lado, es comprensible que los años de expansión sostenida hayan generado expectativas de mayores ingresos futuros, lo que lleva al aumento de consumo presente. A esto se une el predominio de patrones de consumo propios de estratos de ingresos medios, que hoy representan el grupo social más amplio y eso puede aumentar o disminuir el ahorro dependiendo de otras circunstancias. El país experimentará también un aumento de la proporción poblacional en tramos de edad que no permiten sostener ahorros. Por último, un persistente déficit fiscal coloca al gobierno en el lado errado de la ecuación. El desenredo de esos nudos constituye un reto para las políticas futuras, sobre todo en un contexto social que pide a gritos un esfuerzo distributivo a favor de aquellos quienes han vivido al borde de la subsistencia. De eso depende que el proceso de convergencia se fortalezca y que los dominicanos alcancemos, más temprano que tarde, y juntos, la tierra prometida.

El autor pertenece al Grupo de Consultoría Pareto e INTEC

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